sábado, 27 de octubre de 2007

Death Proof: salvajes de carretera secundaria

Hoy estoy de celebración. Ya creía que se me había pasado la oportunidad de gozar con la otra mitad de Grindhouse, y ya maldecía por siete generaciones a los cines de la Pitiusa mayor por no haberla traído en su momento. Pero de repente, sin esperármelo, ocurrió el milagro: el cine Los Ángeles de Santander, última sala urbana clásica que resiste ahora y siempre al invasor con la ayuda del Gobierno cántabro, programaba Death Proof entre sus proyecciones diarias. Ayer, aprovechando que por fin era viernes, me decidí a visitar el cine en el que vi filmes tan grandiosos como Mary Poppins o El secreto de Joey después de largos años de ausencia. Y fíjate que casualidad: encontré de recepcionista a un viejo compañero de colegio. Las vueltas que da la vida, y sin embargo parece que no hay manera de que salgamos de esta maldita ciudad. Pero este no es lugar para disquisiciones existenciales: este es lugar para contar lo que sentí desde que las luces se apagaron hasta que salieron los créditos finales.


Para ser psicópata de primera, acelera, acelera

Tras unos créditos iniciales rodados en su mayor parte desde los parabrisas de dos coches muy distintos (uno que lleva a una pasajera de bonitos pies, otro que va por carreteras secundarias a velocidad de vértigo), la película nos sume en las vidas de "Jungle" Julia (Sidney Tamiia Poitier, la hija del mismísimo señor Tibbs), una locutora de radio mañanera de Austin, Texas, y de sus amigas Arlene "Mariposa" (Vanessa Ferlito, de CSI: Nueva York) y Shanna (Jordan Ladd, nieta del mismísimo Alan Ladd y que también hemos visto en Hostel II). Las tres se dirigen a pasar el fin de semana en la casa junto al lago del padre de Shanna, pero antes van a celebrar el cumpleanos de Julia con juerga y bebercio. Mientras hablan de cosas de chicas (como Sexo en Nueva York, pero en garrulo), se emborrachan y ligan, Mariposa se da cuenta de que un coche bastante extraño las está siguiendo alla donde van. Se trata de un muscle car negro (un Chevy Nova, para ser exactos; gracias, IMDB, por suplir mi desconocimiento general del mundo del motor) con una calavera y dos rayos cruzados en el capó y un ornamento plateado delante en forma de pato; ni es muy discreto ni inspira buen rollo, lo que contribuye aún más a la intranquilidad de la joven.

Esa misma noche, en el Texas Chili Parlor, tienen oportunidad de conocer al hombre tras el volante de tan estrafalario buga: Especialista Mike (Serpiente Plissken, digo, Kurt Russell, uno de los grandes tíos duros del cine de los 70 y 80), un especialista cinematográfico entrado en años, con pinta de galán trasnochado y una fea cicatriz en el lado izquierdo de su cara. En el transcurso de la velada, una guapa rubia de bote llamada Pam (una irreconocible Rose McGowan haciendo doblete con Planet Terror) pregunta si alguien puede llevarla a casa más tarde... ¿y a que no sabéis quién le ofrece transporte? Si vuestra respuesta es "Mike", daos una palmada en la espalda. Pese a tener a la muchacha como futura pasajera, Mike demuestra más interés en Julia, Arlene y Shanna, intentando entablar conversación con ellas en varias ocasiones. Sin embargo, ellas no parecen tenerle mucho aprecio. Es la cicatriz, dice él en un momento dado; es tu coche, le responde Mariposa. Es un poco de lo uno y un poco de lo otro, tercian los espectadores.

Arlene hace bien en desconfiar, porque la verdad es que Mike es un asesino en serie. Pero no uno de esos vulgares carniceros sin estilo que utilizan cuchillos ni hachas, no señor: él utiliza su coche. Como todo buen especialista, lo tiene preparado y reforzado a prueba de muerte, pero para sacarle partida a esta seguridad hay que estar sentado en el asiento del piloto. Quien tenga la mala suerte de ir con él de pasajero, o de que Mike tenga interés por chocar con él, puede darse por jodido. Lo siento, Pam: me caías bien, pero el revisor ha venido a picarte el billete... y hasta aquí puedo leer. Sólo decir que antes de que acabe la película tendremos ocasión de ver un cameo de la feliz familia McGraw (Earl, Edgar y Dakota), y que un segundo grupo de chicas encabezado por la especialista Zöe Bell y sus amigas Kim (Tracie Thoms) y Abernathy (Rosario Dawson, la temible Gail de Sin City) cruzará su camino con el de Mike; y quien recuerde Pedro Navajas de Rubén Blades se puede hacer una idea del jardín en que se va a meter al ponerlas en su lista de futuras víctimas...


¡Trata de arrancarlo, Carlos, trata de arrancarlo!

Como los coches que ocupan un lugar vital en su trama, Death Proof no se lanza de cabeza a la acción y la sangre, sino que se toma su tiempo; después de todo, no puedes ponerte en quinta sin haber puesto antes las demás marchas. El gran problema que tiene la película es que tal vez Tarantino emplea demasiado tiempo de su metraje conduciendo por ciudad, si sabéis a lo que me refiero.

El filme está dividido en dos partes marcadas, dos episodios unidos por la presencia de Especialista Mike. Ambos se inician con la presentación de un grupo de chicas que van a verse amenazadas por el psicópata a la manera que acostumbra Tarantino en todos sus trabajos, es decir, ofreciéndonos un pedazo de su vida cotidiana a través de conversaciones triviales, pero con un sabor muy auténtico. Dios sabe que cualquier grupo humano reunido en un lugar determinado, sea una cafetería, un coche o el club de un señor de la droga, de lo que suele hablar es de cosas que a los demás no les parecen importantes; ¡demonios, apuesto a que hasta los superhéroes lo hacen! El gran problema es que Tarantino se toma en ambas partes, sobre todo en la primera, un tiempo excesivo para encariñarnos con sus protagonistas. Reconozco que hubo momentos en los que eso me cargó bastante, aún a pesar de comprender muy bien las intenciones del amigo Quentin.

Porque esta parsimonia tiene un motivo, queridos lectores. Igual que Audition (que sospecho jamás me atreveré a ver) funciona porque comienza como una especie de drama romántico intimista para sumirnos de repente en el horror más sangriento, Death Proof funciona porque nos sume en la falsa seguridad de estas vidas corrientes (o no tanto) para golpearnos por sorpresa cuando menos lo esperamos. Vale, no exactamente por sorpresa, pues Especialista Mike da desde el primer momento en que le vemos espiando a Julia y sus amigas claras muestras de ser un individuo muy siniestro; pero aún así, los estallidos de violencia sobre ruedas golpean como un mazazo al espectador distraído.

Esto quiere decir también que no hay tanta acción trepidante como los trailers nos podrían hacer creer, pero la que hay es intensa y memorable. De hecho, todo el tramo final de la película es un largo duelo entre Mike y sus futuras víctimas, realizado sin trucos digitales y por ello mucho más intenso (también ayuda que el villano pille a las chicas mientras hacen, por pura diversión, una maniobra demasiado suicida hasta para los estándares de la profesión). Lo que pasa es que si se va con la idea de ver un carrusel de acción sin pausa se puede salir muy escocido de la sala, y no sin cierta razón.

Death Proof saca además mucho jugo de la relación entre los coches, el asesinato y el sexo. Como ya dije en un trabajo que hice para Semiótica de la Comunicación hace tiempo en la universidad, los asesinatos de las películas de terror tienen mucho de violación metafórica de la víctima, que casi siempre es femenina. A ello se une la idea del coche como prolongación del pene y/o modo de compensar su poco tamaño: cuando Mike arranca quemando rueda en un momento de la película, las protagonistas se burlan de él diciendo que "la tiene pequeña" en una escena que no tiene nada de trivial. Atendiendo a estas claves, Especialista Mike se nos presenta como un sádico misógino, que odia a las mujeres porque ya no se interesan por él (no hay más que ver sus aires algo torpes al tratar con las chicas en el Texas Chili Parlor, o la reticencia inicial de Mariposa a bailar para él como parte de una apuesta con Julia) y que las "viola" usando su coche como símbolo fálico y arma destructora.

¡Inciso importante! A partir de aquí, posibles spoilers. No, alerones no: spoilers. Del tamaño de la catedral de Burgos, si me apuráis. Seguid leyendo por vuestra cuenta y riesgo seleccionando el texto oscurecido

Lo que pasa es que, como bien sabe la gente sensata, hay una cosa por ahí que se llama karma, y el de los violadores, ya sean literales o metafóricos, es muy malo. Y cuando Mike decide emplear sus malas artes con un nuevo grupo de chicas sin saber que dos de ellas son colegas de profesión, tras un buen rato de aterrorizarlas y angustiarlas de lo lindo, acaba viendo cómo dan la vuelta a la tortilla y le convierten con ello en su presa. Ahora es a él a quien le toca que le "violen": no en vano Kim, la conductora del coche, habla de "darle por el culo" cada vez que le choca por detrás. Esta inversión de las tornas provoca una satisfactoria catarsis en el espectador (o por lo menos en mí), y le sirve a Tarantino para manifestar su opinión sobre cómo deben caer los psicópatas de cine en la derrota: no riéndose del dolor y del peligro como cabrones invulnerables a todo hasta el final, sino humillados a manos de sus pretendidas víctimas.

La película se sostiene en gran medida sobre los hombros de Kurt Russell, que da credibilidad y amenaza a Mike, pero sin convertirle en una especie de monstruo intocable e inmune al castigo. Como vemos en el tramo final del metraje, no importa lo malo y cruel que seas: si te hacen una herida chillas y maldices, y si de cazador pasas a ser la presa te asustas. Russell no teme mostrar esta vulnerabilidad humana del asesino, y tampoco le tiembla el pulso al dejar entrever su condición de reliquia de otra época (el momento en que explica a una audiencia femenina sus trabajos en televisión sin que ninguna de las chicas reconozca los títulos que menciona es clave). Frente a él, las actrices protagonistas conforman un conjunto de mujeres fuertes y decididas que, de una manera u otra, le plantan cara con convicción; y ya se sabe que no hay nada que le dé más miedo a un misógino que una mujer fuerte.

Ahora queda esperar su edición en DVD, que esperemos sea tanto como película independiente como en el formato original de Grindhouse. Así podremos comparar los metrajes de ambas versiones de las películas y ver qué metraje se añadió y con qué criterio; con semejante material, las tertulias frikis tendrán tema de discusión para meses.

viernes, 26 de octubre de 2007

Ong-bak: ha nacido una estrella

Tal y como me había figurado, la vuelta al hogar paterno y al World of Warcraft ha reducido mi productividad bloguera. Pero no temáis, que la semana tiene muchos días, y tarde o temprano uno de los mismos encuentro suficiente tiempo para postear una nueva crítica; y si no lo encuentro, mi sentimiento de culpa por tener un blog sin actualizar ya se encarga de espolearme a buscarlo, y no pasa nada. En este caso, toca una de las películas que visioné estando en Ibiza y que aún tenía pendiente de tratar: Ong-bak, carta de presentación en Occidente del héroe de acción tailandés Tony Jaa.


De especialistas suicidas está el Oriente lleno

De la cuidadosa y devota observación del cine de entretenimiento de procedencia oriental, una de las primeras conclusiones que se puede sacar es que sus especialistas están locos. Sí, ya lo sé: ¿qué especialista de cine no lo está? Hay que tener una importante pedrada, en forma de valor temerario, para trabajar simulando acrobacias mortíferas y cremaciones en vivo. Pero los de Oriente son (o al menos parecen) aún más extremos, y quien lo dude puede repasar la carrera de, por ejemplo, Jackie Chan y sacar sus propias conclusiones. Lo más destacable de los especialistas orientales es que, con mucha más frecuencia que en Occidente (o con más publicidad, por lo menos), se convierten en actores de pleno derecho y protagonistas de sus propios filmes: los productores orientales saben que una película de acción resulta más emocionante y creíble si los actores principales llevan a cabo sus propias escenas peligrosas y viven para rodar otro día.

Tony Jaa (nombre real: Panom Yeerum) es uno de los últimos ejemplos de esta tendencia. Si hacemos caso a lo que de él dice la Wikipedia, se crió junto a la frontera entra Tailandia y Camboya en el seno de una familia de domadores de elefantes. En las proyecciones de cine de las ferias del templo local se empapó de las películas de primeros espadas del género de las artes marciales como Bruce Lee, el ya mencionado Jackie Chan o Jet Li, y ahí nació su vocación de héroe de acción. A los quince años, acudió a Panna Rikitrai, un veterano especialista y coreógrafo de acción tailandés, y le suplicó que le instruyera. Rikitrai le sugirió que entrara en el Maha Sarakham College of Physical Education, en la provincia tailandesa del mismo nombre, y luego le contrató como parte de su equipo, Muay Thai Stunt. Jaa comenzó así una carrera cuyos puntos álgidos incluyeron doblar al mismísimo Sammo "Dragón Gordo" Hung en un anuncio en el que tenía que saltar sobre un elefante, o a Robin Shou en Mortal Kombat: Annihilation (bueno, participar en esta película no es lo que yo llamaría un punto álgido en la carrera de nadie).

Pero el joven especialista aspiraba a más. Igual que sus héroes de la niñez, él quería ser el protagonista de su propia película e inspirar a una nueva generación de críos impresionables. Tras rodar algo de metraje con Jaa demostrando su habilidad en Muay Boran (el casi desaparecido y semiprohibido predecesor del Muay Thai), él y su mentor se lo mostraron al director y productor Prachya Pinkaew.

¿El resultado? La película que la que hablo hoy.

Quiero la cabeza de Alfredo Gar... ¡ah no!

La acción comienza en el pueblo tailandés de Nong Pradoo, donde lo primero que vemos es a una multitud de jóvenes cubiertos de barro seco compitiendo por obtener el pañuelo que ondea en lo más alto de un frondoso árbol. Tras unos minutos de lucha encarnizada, en la que los competidores hacen lo posible para llegar a su objetivo (o al menos para impedir que otros lleguen), uno de ellos alcanza el pañuelo, se lo ata a modo de fajín, y emprende el descenso sorteando a sus competidores por entre las ramas con agilidad. Al tocar el suelo, los demás habitantes del pueblo, que han estado contemplando la escena, prorrumpen en aplausos. El ganador de esta curiosa cucaña oriental es Ting (Tony Jaa), el joven pupilo de un monje local y maestro de Muay Thai, y la competición en la que se ha proclamado vencedor forma parte de los prolegómenos del festival de Ong-Bak, el buda protector del pueblo, que se va a celebrar en una semana. La expectación y júbilo de los lugareños está justificada, ya que sólo se celebra cada 24 años; ¡anda que no nos emocionarían las fiestas de Santiago en Santander si tuviéramos que esperar un cuarto de siglo para cada edición!

Mientras los aldeanos ofrecen las túnicas de los que van a ser ordenados monjes a Ong-Bak para que cuenten con su bendición, uno de ellos recibe una visita poco recomendable. Se trata de Don (Wannakit Sirioput), un joven nacido en el pueblo que ahora vive en Bangkok. Su visita a su aldea natal no tiene que ver con la nostalgia por los paisajes de la niñez, sino con un viejo y algo deteriorado amuleto de Buda que pretende comprar. El problema es que el anciano se niega a venderlo: lo está guardando para que su hijo lo lleve cuando se ordene monje. Parece que Don va a tener que volver de vacío a la capital... hasta que sus ojos se posan sobre la estatua de Ong-Bak, y casi se convierten en signos de dólar ante esa visión. Esa misma noche, el tío de Ting, que vuelve tras pasar un rato con sus sobrino, escucha ruidos en el interior del templo, y se encuentra dentro a los secuaces de Don robando la cabeza del Buda; el propio Don es quien le deja fuera de combate de un golpe de tablón.

La desesperación cunde a la mañana siguiente al conocer el robo. Los lugareños creen que un sacrilegio de tales proporciones, perpetrado por uno de los suyos y tan cerca de la festividad de Ong-Bak, sólo puede traer mala suerte en cantidades industriales. Como buen héroe local, Ting se ofrece casi de modo instantáneo para ir a la gran ciudad a recuperar la cabeza. Antes de partir en su viaje, en el pueblo se hace una colecta para proporcionarle dinero con el que comprar comida, y su maestro le entrega un amuleto hecho de hierbas que perteneció al hombre que le enseñó Muay Thai (y no, no es un simple amuleto de buena suerte). El viejo que se negó a vender su amuleto a Don le ofrece además un primer hilo del que tirar: su hijo Humlae (Petchtai Wongkamlao, al que no querría tener que llamar por su nombre completo si tuviera la boca llena de polvorones), que lleva tiempo en Bangkok y le podrá ayudar a buscar a Don.

Con lo que ni su anciano padre ni Ting cuentan es con que Humlae se ha echado a perder con la vida en la ciudad. Ahora se hace llamar George, ya que Humlae significa algo así como "pelotas sucias", y pasa el día apostando, esquivando a sus acreedores e intentando timar a todo el que se cruza con la ayuda de la joven Muay (Pumwaree Yodkamol... y no, pese a lo que su nombre indica lo suyo no es pegar hostias). Su último plan, sacarle pasta a un traficante al que debe dinero mediante una carrera de motos amañada, no ha salido demasiado bien, y George-Humlae acaba sin dinero y con una cara nueva. En ese estado le encuentra Ting, al que al principio rechaza con malos modos -hombre, si me pusieran en ridículo ante mi compañera de triles, aunque fuese sin querer, yo también me lo tomaría mal-, pero al que no tarda en invitar a su casa en cuanto ve que lleva dinero. El paleto e inocente Ting se va a duchar a invitación de su paisano, pero no tarda en reaccionar cuando este aprovecha el descuido para largarse con su pasta.

Ting encuentra a Humlae en un local donde se celebran peleas clandestinas. Desde un balcón, dos jefes criminales observan con atención las peleas y apuestan enormes sumas de dinero; el que acaba de ganar la última apuesta, un siniestro anciano traqueotomizado que habla a través de un aparato especial (Suchao Pongwilai), es el jefe de una banda de traficantes de obras de arte antiguas a la que pertenece Don; sin que Ting ni Humlae lo sospechen, Don ha estado hace poco allí, intentando vender sin éxito la cabeza de Ong-Bak a su patrón. Ting llega al lugar en el momento justo en que el hombre contra el que Humlae ha apostado, una especie de ex marine ciclado que atiende por Pearl Harbour, logra remontar una situación adversa y destroza a su contrincante. Cuando Ting intenta recuperar su dinero, se convierte sin desearlo en el nuevo aspirante... y deja a todos callados tras tumbar a Pearl Harbour de una sola patada.

A partir de esa noche, Ting, Humlae y Muay se convertirán en compañeros de fatigas, un poco a regañadientes. Mientras Ting quiere concentrarse en la búsqueda de la cabeza del Buda, Humlae intenta aprovecharse de sus habilidades para sacar dinero. Ting, que prometió a su maestro no usar sus habilidades en vano, tendrá que esforzarse para no dejarse llevar por los trapicheos de Humlae y enfrentarse con éxito a los sicarios de Don y de su siniestro jefe. Sin embargo, quien piense que este chico de pueblo está indefenso ante la picaresca de la gran ciudad ya puede cambiar de opinión a toda velocidad: alguien que tumba a un marine ciclado de un solo golpe puede ser muchas cosas, excepto una presa fácil. Y lo que es más importante: su compromiso con Nong Pradoo va contagiando poco a poco a Humlae y deshaciendo la fachada de timador sin escrúpulos que ha mostrado al mundo hasta ahora...


Sin trucos. Sin dobles. ¿Sin un hueso sano?

Ong-Bak pertenece a esa clase de películas de artes marciales cuyo único propósito es entretener al respetable con la habilidad acrobática y marcial de su protagonista. En este sentido, cumple con creces su cometido: Tony Jaa (y no busquéis segundas lecturas en lo que voy a decir, que tenéis la mirada sucia) es pura poesía (épica, no lírica) en movimiento cada vez que demuestra sus habilidades, ya sea superando obstáculos imposibles en una larga persecución callejera o demostrando su contundencia en las escenas de lucha. Gran parte de la culpa la tienen Panna Rikitrai y Prachya Pinkaew, que coreografían y ruedan la acción marcial sin casi recurrir a los golpes simulados y sin hacer uso de efectos de cable (que le sentarían a una película de trasfondo realista de este tipo como un tanga de leopardo al Papa). Pero lo hacen sobre el sólido cimiento de su actor protagonista, que imprime a sus acciones de una contundencia aterradora y creíble; los espectadores sufran con cada golpe como si lo estuvieran recibiendo ellos mismos.

Claro que no todo es vino, rosas y huesos rotos en este terreno. Como otros ejemplos del género, Ong-Bak sufre un caso notable de "disco rayado", o repetición de una misma escena espectacular desde diferentes ángulos para resaltar dicha espectacularidad. No es que se extienda mucho por todo el metraje el uso de este recurso, pero resulta especialmente cargante en la secuencia de la persecución callejera. Había momentos durante esta escena en que no sabía bien si estaba viendo una repetición de lo que acababa de ver o una nueva cabriola, y ya es bastante complicado seguir una persecución como para liarla más abusando de estos trucos.

Y ya que estamos en detalles irritantes, hablemos de la subtrama que la productora de Luc Besson cortó de la película para su estreno europeo. Se suponía que Muay tenía una hermana con problemas de drogas y de pareja (concretamente, que su pareja era Don), pero Bessón cortó casi todas las referencias a esta trama. Lo que dejó fue la escena en que Humlae y Ting la encuentran con Don en plena sobredosis, y el posterior duelo de Muay y los torpes intentos de Humlae para consolarla; de modo que al ver la película tuve un genuino momento ¿¡EEEEEEEEEEHHHH!? al ver a este personaje salir de la nada (o del orificio rectal del guionista, pensé en su momento), y creo que el que la vea sin ir avisado sentirá algo muy parecido.

Aunque el guión no es más que una excusa para ver a Tony Jaa repartir yoyas como el cura de Braindead, eso no implica que carezca de momentos buenos al margen de las tortas. Hablando pronto y mal, se puede decir que Ong-Bak es una versión tailandesa de La ciudad no es para mí; o más bien de Banana Joe, que también tenía que ir del campo a la ciudad a solventar sus problemas a base de tortas. La película nos viene a contraponer el mundo rural, tradicional y más humano pese a su pobreza, y el de la ciudad, rico pero corrupto y cruel. En este sentido, resulta muy interesante ver cómo se contraponen los personajes de Don y Humlae: los dos son antiguos integrantes del mundo rural que se han corrompido por vivir en la ciudad, pero mientras que Don hace tiempo que perdió cualquier característica que pudiera redimirle, Humlae aún mantiene en el fondo algo de esos antiguos valores. Y a lo largo del metraje le vemos, con mucho esfuerzo, ir cambiando a mejor, hasta el punto de que al final arriesga su vida para ayudar a Ting en su propósito. Esta contraposición tradición buena-modernidad mala también se manifiesta en el combate final entre Ting y el guardaespaldas del jefe mafioso: mientras que este obtiene su fuerza de chutarse esteroides, Ting logra superarle utilizando las hierbas del amuleto que le entregó su maestro como una suerte de dóping más natural (y mucho menos proclive a provocar que le crezcan tetas de perra). Por supuesto que es un mensaje simplista y maniqueo, pero no le vamos a pedir a esta película grandes honduras filosóficas, ¿no? Además, viendo los ejemplos de vida en la ciudad que nos ofrecen la mayoría de personajes (timadores, traficantes de todo lo que se menee, luchadores a sueldo), es difícil negar que la película tiene algo de razón.

Y ya que mencionamos la tradición, no hay que olvidar el trasfondo religioso de esta historia. Ting no va sólo a recuperar un objeto valioso, sino que va a reparar la profanación de la deidad protectora de su villa. Su actitud respetuosa y devota contrasta con la megalomanía y descreimiento del jefe mafioso, que incluso llega a decir en un momento dado que él es Dios. Bajo este prisma, el destino final que acontece al traqueotomizado criminal se puede considerar tanto un deus ex machina como una sutil muestra de desaprobación de sus acciones por parte de Buda.

No quiero terminar esta parrafada sin mencionar algunas escenas que se me quedaron grabadas después de ver la película y que no he tenido oportunidad de tratar en todo lo que he escrito. La colecta improvisada entre los aldeanos, transmitiéndonos la desesperación y congoja que les lleva a entregar sus pocos ahorros para ayudar en la búsqueda de la cabeza del Buda; la lluvia de monedas con la que el público del local de lucha ovaciona a Ting tras su victoria sobre tres rivales consecutivos; la persecución en taxis-triciclo por las calles de Bangkok y el descubrimiento que Ting hace al final de la misma; y, por supuesto, toda la traca final, incluyendo la breve (y bastante graciosa, a mi juicio) secuencia en que vemos a unos guardias en el exterior de una cueva y Ting entra en plano como si saliera de la nada repartiendo estopa de la buena. Ya sé que hasta ahora siempre he puesto bien a las películas (y a los dos juegos) que he tratado aquí, con la posible excepción (ni yo mismo estoy seguro) de Contraespionaje en la selva, pero si los que leéis esto tenéis un mínimo de amor por el cine de artes marciales, os debéis a vosotros mismos ver esta película.

sábado, 6 de octubre de 2007

Familia colateral: si puedes elegir a tus amigos, ¿por qué no a tus familiares?

Queridos lectores, aquí va una advertencia sobre esta nueva crítica que se añade a La página negra: se trata de una crítica amiguetil, es decir, que se ocupa de la obra de un viejo amigo. Por tanto, el Pequeño perdedor no se responsabiliza de la falta de objetividad que se pueda extraer de su lectura: siempre es difícil sacarle los fallos al trabajo de un amigo, por muy graves que sean sus meteduras de pata.

En otro orden de cosas, esta será la primera crítica que escribo desde la engañosa comodidad de mi hogar en Santander. Sí, mi trabajo en Ibiza se terminó, y entre este pasado lunes y martes he llevado a cabo el agotador viaje de vuelta: más de 850 kilómetros por carretera, a los que precedieron unas cinco horas de trayecto en barco. Ahora, mientras me dedico a buscar trabajo (y quién sabe cuándo lo encontraré), al menos tendré mayor facilidad a la hora de hacer mis críticas. O puede que no: los videojuegos me tiran mucho, incluso demasiado a veces.


Das más grima que una película de Lars von Trier

Conocí a Manuel Ortega Lasaga mientras estudiaba Periodismo en la Universidad del País Vasco (él estudiaba Bellas Artes), y los dos entablamos rápidamente amistad. Multitud de veces volvimos en el autobús que ALSA ponía para los estudiantes de Santander (lo que pasamos ahí sí que daría para una película) enfrascados en una intensa tertulia sobre cine. Durante la misma, no llegamos a soltar de manera literal la frase que encabeza esta parte, pero sí que cayeron algunas similares. Los dos estábamos de acuerdo en no tener mucho cariño al cineasta danés y nada de simpatía hacia el manifiesto Dogma 95. Más exactamente, lo considerábamos una idiotez. El propio Manuel se había atrevido a ver uno de los filmes de von Trier y se sentía explícitamente cabreado con el empleo que había dado a esa hora y pico de su vida.

Nuestra tirria hacia el manifiesto Dogma no era nuestro único nexo de unión, ni el más importante. Los dos éramos (y somos) fans del cine fantástico, de terror, y de acción, entre otros géneros denostados por la crítica "respetable". Manuel profesaba una especial devoción por Robert Zemeckis, y también dejaba caer en muchas ocasiones su gusto por George A. Romero. Yo, por mi parte, tiraba más por Darío Argento. Los dos, si la memoria no me falla, teníamos un lugar especial en el corazón para Spielberg y Lucas. En cualquier caso, aunque me equivoque con los detalles, creo que el fondo está claro como el agua: nos gustaba una clase de cine muy concreta, que nada tenía que ver con los gustos de esos críticos carpetovetónicos y amojamados que abarrotan los medios de comunicación serios.

Y andando el tiempo, mi afición por el cine me llevó a montar, tras muchas batallas con mi vagancia, este blog. La de Manuel le llevó a convertirse en director de cine, una ocupación bastante más respetable (aunque también proclive, en según qué casos, al onanismo y a la autofelación, como bien saben los conocedores del cine de arte y ensayo). Y la obra que nos ocupa en este post es uno de sus cortometrajes.


En mis años como canguro jamás había visto una situación igual

Familia colateral da comienzo con la llamada que nuestro protagonista (Cristian García) hace a su novia para quedar con ella esa misma tarde en la casa en la que va a llevar a cabo un trabajo de canguro, e irse luego juntos al cine. Es una tarea de lo más normal, pero que adquiere la dificultad de uno de los trabajos de Hércules gracias a la demencial familia de la que el infortunado forma parte: un hermano pequeño aficionado a aporrear el tambor sin cesar, un hermano mayor kie (José Sinacio) que se dedica a poner reggaetón a todo volumen y a maltratarle psicológicamente, y una madre dominante y controladora (es decir, típicamente cántabra). En un momento dado, todos estos elementos del sacrosanto núcleo familiar se arrojan sobre él para atosigarle al mismo tiempo, superando con creces su capacidad para soportarles. Nadie culparía a nuestro personaje principal si esa misma noche les limpiara el forro a todos con una katana; en lugar de eso, lo que hace es apartarles a empellones mientras chilla que le dejen en paz y salir huyendo del hogar familiar. Damas y caballeros, este es nuestro héroe, y es un mierdecilla: ¡la que nos espera!

El camino del muchacho hasta la casa donde le toca trabajar esa noche es bastante tranquilo, dejando aparte su disfrute del carácter típicamente abierto y amable de los santanderinos por gentileza de una muchacha a la que pide la hora, y su breve encuentro con el mismísimo Carlos Iglesias cuando va a comprar unas entradas al cine. La paz de espíritu (suponiendo que la tuviera) se termina cuando llega al portal de la casa y tiene que lidiar con un insoportable borracho aficionado al chunda-chunda. No lo sabe todavía, pero eso es el cielo comparado con lo que le espera tras entrar.

Cuando por fin llega a la casa, le abre una mujer ya mayor, que tras reprocharle su tardanza le lleva a que conozca al bebé al que va a cuidar. Mientras la mujer le explica que el churumbel de marras es un teleadicto de mucho cuidado (no veo cómo, ya que en la antediluviana tele del cuarto de estar sólo se ven interferencias), en la faz de nuestro prota vemos dibujarse una expresión de incredulidad. ¿Y quién le culparía, cuando el "bebé" es UN PUTO MUÑECO DE PLÁSTICO? Por si esto no augurase suficiente mal rollo, la mujer le hace una última y amenazadora advertencia antes de irse: por nada del mundo debe entrar en la habitación del fondo, cuya puerta está cerrada a cal y canto.

Una vez solo con el "bebé", el muchacho intenta entretenerse espiando por una ventana a una parejita calentorra y masturbándose ante sus magreos. Su actividad de amor propio se ve interrumpida muy pronto por la visita de su novia, con la que sus pretensiones de compartir algo más que unos arrumacos se van enseguida por el desagüe en cuanto ella se va dando cuenta de lo que pasa en la casa y decide marcharse.

Otra vez solo, a nuestro ¿heroe? no se le ocurre otra cosa que abrir la puerta prohibida. Y con ello, como ocurre en estos casos, pone en marcha una fatal cadena de acontecimientos, cuyas hilarantes y (sobre todo) terroríficas consecuencias se harán notar hasta el momento en que salgan los títulos de crédito. Y mucho más allá, sospecho.


Una huida hacia delante sigue siendo una huida

Como ocurre en la mayoría de la producción del mejor cine español (que es como decir "el poco cine español que no da ganas de llorar", pero queda mucho mejor), Manuel Ortega ha elegido para este corto una mezcla de elementos cómicos y terroríficos, siendo estos últimos los que llevan la voz cantante. Hay muchas situaciones que mueven a la risa o a la sonrisa en los 31 minutos que dura el corto, por el puro absurdo de las situaciones que vive el canguro; sin embargo, a poco que pensamos en las implicaciones de lo que vemos, es inevitable sentir una mezcla de horror y lástima por el protagonista a la vista del camino que acaba tomando, y que recuerda en cierta manera al de la infanticida involuntaria de Escóndete y tiembla (una de las películas favoritas de Manuel Ortega).

La mayoría de los actores que aparecen, con la obvia excepción de Carlos Iglesias, son amateurs, varios de ellos amigos o familiares del director y guionista. Siempre que pasa esto, puede resultar en una de dos posibilidades: o que sean unos ineptos indignos del guiñol de unas fiestas populares, o que den una frescura y espontaneidad al metraje que haga babear a los críticos gafapastas. En el caso de Familia colateral, estamos de suerte, porque el resultado se aproxima más al segundo caso que al primero. Da la impresión de que, o bien están haciendo un poco de sí mismos, o bien se inspiran en alguien muy cercano a ellos (me consta, por ejemplo, que José Sinacio tiene un hermano bastante similar al papel que interpreta), lo que le da a todo el corto un aire de "estampa costumbrista santanderina" que ayuda a hacer más creíble la delirante historia.

En el apartado actoral merece un párrafo aparte la actuación del actor que encarna al misterioso inquilino de la habitación prohibida. Y no voy a decir por qué. Baste con advertir que no sé en qué medida será mérito del director y en qué medida lo será del propio actor, pero el caso es que logra transmitir una mezcla de ternura, simpatía y amenaza latente que contribuye a añadir un punto más de locura y miedo a la ya de por sí siniestra casa.

Otro punto positivo es que, si bien el final no deja la impresión de que el autor se haya dejado algo en el tintero, sí que es lo bastante abierto como para ampliarse en forma de largometraje o de continuación. Sí, esto es una sugerencia encubierta (guiño-guiño).

En el lado negativo, hay que decir que la anteúltima escena en el bar se me antoja un poco de relleno. Sí, es otro toque costumbrista, y la intervención de los kies en la escena está tomada punto por punto del comportamiento habitual de esos desechos sociales. Pero el mismo propósito se podría haber logrado con una escena más breve, o incluso como parte de la escena final. También he de decir que no comprendí del todo la reacción de la novia del protagonista al visitarle: da la impresión de que se enfada con él sólo porque así lo dice en el guión. Otro aspecto más que no me acabó de convencer es la utilización de los melodramáticos relámpagos para enfatizar la advertencia de la dueña de la casa sobre la misteriosa puerta cerrada; quedan mejor, sin embargo, durante el climax dramático entre ella y el canguro.

Otra vez merece un capítulo aparte al respecto un actor, pero en este caso de manera algo más dudosa. Tal vez sea yo, pero José Sinacio, a pesar de hacer en general un buen papel, me resulta a ratos un poco caricaturesco, aunque reconozco que eso puede ser porque yo tengo la suerte de no haber tenido que convivir nunca con un kie de verdad. Además de eso (y reconozco que esto es un grandísima chorrada), me da la impresión de que un kie auténtico no vocalizaría tan bien como el que interpreta Sinacio. Pero, como acabo de decir, no es que mi experiencia con los kies sea lo bastante extensa como para considerar esto un juicio fundado, así que cedo la palabra en este tema a otros más expertos en el comportamiento de estos seres.

En resumen, Familia colateral nos ofrece una historia terrorífica y desoladora con fuertes toques de humor negro, que nos hará pasar un buen rato cuando la veamos y un mal rato cuando meditemos en profundidad lo visionado. Es una historia desoladora en el fondo, porque nos muestra a un protagonista atrapado en un mundo hostil, el de su familia, que no le aprecia ni le da amor, y al que las circunstancias le acaban conduciendo a sustituirla por otra; pero la nueva familia es, a su manera, aún más disfuncional. Su intento de huir del horror cotidiano que vive sólo le conduce a la demencia; y para cuando vemos los créditos finales, nos queda la impresión de que, tarde o temprano, esa situación tendrá nuevas y más catastróficas consecuencias.

¡Ah, que tonto estoy! Se me olvidaba daros el enlace del corto. Espero que lo disfrutéis. Sentiros libres de refutar mis pajas mentales sobre esta obra en los comentarios, y permaneced atentos a la más que probable aparición del director para dejar mi interpretación de su trabajo a la altura del betún.