domingo, 17 de febrero de 2008

Dark Night of the Scarecrow, o la ética de la venganza

Mi frecuencia de actualización del blog, ya irregular, se ha visto aún más complicada por mi propósito de Año Nuevo de volver a gimnasio, de ahí que haya tardado tanto en volver a escribir. Y un jubiloso suceso viene a complicarla aún más: por fin he conseguido trabajo de lo mío, es decir, de periodista. De momento no os revelaré cuál es mi nuevo hogar para que especuléis con mi destino final y el medio en que trabajaré; contentáos por el momento en saber que es posible que me cueste bastante actualizar el blog por un tiempo indefinido. Son cosas de tener que dejar el ordenador de sobremesa en Santander y no haber pillado todavía un portátil.

Pero no os pongáis a llorar aún, que una cosa es que me cueste actualizarlo y otra muy distinta que sea absolutamente imposible. Para algo están los locutorios, cibercafés, cibercentros y demás antros de escoria y villanía. Y como prueba de que sigo vivo, os dejo mis impresiones sobre una curiosa peliculilla hecha para televisión a principios de los fabulosos años 80: una historia de terror y venganza en el marco de una comunidad rural de los Estados Unidos que logra bastante dentro de sus lógicos límites. Vamos, que mola a pesar de ser un telefilme, por muy increíble que algo así pueda parecer.


La venganza es un plato que se toma de recalentado

Mi paso por el colegio me dejó con una serie de certidumbres que me han acompañado toda la vida, a saber: la gente es cruel y pisotea a los débiles siempre que puede, ser diferente es una maldición que te condena a no ser respetado nunca, los grupos humanos son como rebaños de ovejas sin personalidad dirigidos por el más malote... Lecciones básicas sobre la vida, el universo y todo en general que me han servido, mal que bien, para sobrevivir hasta ahora. Y de entre todas esas enseñanzas sobre la vida, una se ha grabado con especial fuerza en mi cabeza: todas las víctimas de una injusticia tienen derecho a una venganza.

No me refiero con ello a que apoye que un chaval al que le han robado una chaqueta coja y robe la chaqueta a otra persona. Eso es de idiotas, o peor, de bonicos del tó. O que esté a favor de que todos los que han sufrido un agravio se venguen los unos en los otros, sin importar quién fue el que empezó. O que me parezca medio bien que la respuesta a un pisotón intencionado sea un tiro en la cabeza. Lo que me parece bien es que si alguien te pisa el pie aposta le respondas con una buena torta, y que si alguien viola y asesina a toda tu familia (perro incluido) hagas una barbacoa caníbal con él y sus compinches de platos estrella. Llamadme facha, zumbado o todo lo que os dé la gana, pero es lo que me sale de más dentro. No sé si será por mis experiencias en la juventud, o por mi temprana constatación de que la Justicia española y mundial es un cachondeo, una casa de lenocinio donde unos desalmados pueden estar en la calle cuatro años después de violar y asesinar a una joven.

¿Adónde quiero llegar? A que esta disposición mental me predispone a ser muy favorable a las películas, novelas, videojuegos y demás ficciones que tienen la venganza como temática central. Pocas cosas son tan reconfortantes como ver a unos malnacidos recibiendo su merecido a manos de la persona que más merece dárselo. Una buena venganza puede salvar una película mediocre (por otro lado, una como Contraespionaje en la selva no se salvaría ni con la mejor venganza del universo), y una venganza chorra o sin lógica puede hundirla (preguntadle a Scott El Santo Ashlin lo que le parece Trampa para un violador y ya veréis, ya). De ahí que procure hacerme con cualquier película de venganza buena que se me ponga por delante.

Y resulta que un día, vagando por los vericuetos de la excelente y sarcástica página web I-Mockery encontré una completa y positiva crítica de un filme hecho para TV. Pese a los escalofríos que provocan en mí las palabras "hecho para televisión" y "teleplay by..." (la culpa es de las sobremesas de Antena 3 durante la segunda mitad de los 90), el destripe del filme me animó a verlo por dos razones: era de los 80 (mi década favorita) y el baranda supremo de la página la consideraba uno de los mejores ejemplos del género, pese a la obvia ausencia de gore que conllevaba su condición de producción para la pequeña pantalla. ¿Demasiado bonito para ser verdad? Claro. ¿Demasiado jugoso para no comprobarlo? No os quepa la menor duda.


Si eres discapacitado, estás capacitado... ¡para la venganza!

En un bucólico prado en algún lugar de la América más rural y profunda, dos buenos amigos disfrutan de una soleada ¿tarde?, ¿mañana? Dejémoslo en una soleada jornada. Los amigos que pasean por el campo son la pequeña y guapa Marylee y el grandote Bubba (Larry Drake, el sádico villano principal de Darkman), un discapacitado mental más majo que las pesetas y más bueno que un San Francisco. Los dos cantan juntos y hasta se intercambian collares de flores como muestra de su amistad, sin darse cuenta de que les observa un hombre de expresión ceñuda.

El observador es Otis Hazelrigg (Charles Durning, actor de dilatada carrera que acabaría siendo la voz del padre de Peter Griffin), empleado de correos local y odiador de Bubba a tiempo completo. Tal y como explica a su colega Harless (Lane Smith, trágicamente fallecido de esclerosis amiotrófica en 2005, y que dio vida al malvado Nathan Bates en V y a Perry White en Lois & Clark) , que aparece por ahí en ese momento, Otis cree que la amistad de Bubba y Marylee no tiene nada de inocente, y que el afable gigantón acabará haciendo daño a la niña... a no ser que ellos y sus colegas tomen medidas. Tanta hostilidad asusta incluso a un rudo paleto como Harless, para el que una cosa es divertirse persiguiendo y asustando al tontico del pueblo, y otra muy distinta hacer algo "definitivo" como sugiere Otis: haría falta un motivo de peso antes de tomar tamaño paso. Pero eso no preocupa al cartero del pueblo: él SABE que Bubba es "una mala hierba", y SABE que tarde o temprano hará algo lo bastante horrible como para merecer un castigo drástico.

Mientras Otis se dedica a escupir bilis sobre Bubba cual Jiménez-Losantos sobre Zapatero, Marylee y el entrañable grandullón conducen sus pasos hasta una casa cuyo jardín está lleno de enanos de piedra pintados. Como Marylee todavía no ha crecido lo bastante para desarrollar el buen gusto, decide aprovechar una tabla suelta de la cerca para colarse en el terreno y observarlos más de cerca, sin hacer caso a las advertencias del asustado Bubba, que sospecha que entrar en casa ajena no puede traer nada bueno. Y tal vez Bubba sea discapacitado, pero no es lo que se dice tonto, porque los hechos le dan casi al instante la razón: un fiero perro guardián ataca a Marylee ante la impasible y siniestra mirada de los enanos de jardín y el horror de Bubba.

Los acontecimientos toman un giro hacia la tragedia a partir de este momento. En cuanto el lloroso Bubba aparece a la puerta de la casa de Marylee, con la agonizante niña en brazos y entonando un lloroso y suplicante "¡Bubba no lo hizo!", la noticia corre como la pólvora por el pueblo. Harless advierte al instante a Otis, que saca un arma de uno de los cajones de su puesto de trabajo (a ver quién tiene huevos de atracar la oficina de Correos del pueblo con un tipo así) y corre con él a reunir a sus otros dos amigotes, Philby y Skeeter (Claude Earl Jones y Robert F. Lyons). ¡Por fin la "mala hierba" ha dado a Otis motivos para tomar su solución definitiva! Ante una oportunidad así, ¿qué importancia tiene la verificación de los hechos? ¡ESO ES PARA AFEMINADOS Y ROJOS, NO PARA HOMBRES DE VERDAD COMO OTIS Y SU BANDA!

De lo cual, la moraleja a sacar esta: sed rojos, o afeminados, o ambas cosas. Seréis mejores personas y no la cagaréis tanto como esta pandilla de palurdos yankees la va a cagar en breves instantes.

En su huida del pelotón de linchamiento, Bubba corre a su casa. Su anciana y amante madre, sabedora de que Otis y compañía le han atormentado otras veces, le tranquiliza diciéndole que todo saldrá bien, y que es hora de jugar al escondite. Cuando el Pelotón de Paletos llega a la casa, la mujer les mantiene a raya unos momentos, proclamando que su Bubba nunca ha hecho nada malo, pero no puede impedir que estos sigan el rastro del pobre diablo con su perro de caza. La pista les lleva hasta un campo sembrado en cuyo centro se alza un espantapájaros con un macabro rostro de tela de saco. Confundidos, los hombres no saben cómo proceder en esta situación... hasta que Otis se acerca a observar al espantapájaros de cerca y ve los azules y aterrorizados ojos de Bubba tras la máscara de tela de saco. Las súplicas de inocencia del pobre hombre no detiene la sanguinaria sed de "justicia" de los cuatro hombres, que le fríen a tiros ahí mismo.

Qué irónico es entonces que a los pocos segundos la camioneta de Harless reciba un mensaje de radio confirmando lo que nosotros ya sabemos: que Bubba no hizo nada a Marylee. Más aún: la niña está viva, y todo es gracias a que Bubba reaccionó rápido. Los cuatro amigos se quedan anonadados ante el horror de lo que han hecho. Otis es el primero que sale del estado de estupefacción, y lo hace para convencer a los otros tres de que deben fingir que los disparos fueron en defensa propia. Para apoyar esta coartada, pone en la mano muerta de Bubba una horca que estaba a sus pies.

En el juicio-pantomima que se celebra para esclarecer el crimen, la idea de Otis funciona a la perfección: pese a los esfuerzos del fiscal, el juez no tiene más remedio que poner a los cuatro en libertad por falta de pruebas (incluso suelta la típica soplapollez de "respetables miembros de la comunidad" para referirse a ellos). El veredicto arranca de la madre de Bubba un ataque de histeria que provoca su desalojo de la sala, pero no sin antes hacer la amenazadora advertencia de que "hay otras justicias en este mundo". El fiscal también advierte a los cuatro acusados que les empapelará apenas encuentre una prueba para ello; nuestro cartero asesino, borracho de suficiencia, le responde que no tiene tiempo que perder con él porque se le hace tarde para cenar pollo frito con sus colegas.

Al caer la noche, y mientras los cuatro cómplices de asesinato todavía se descojonan de la chanza del pollo frito (¡ah, el alivio de quitarse una acusación de asesinato de encima!) y una ominosa niebla cubre el pueblo, la pequeña Marylee, a quien sus padres han mantenido en la ignorancia para no traumatizarla, se escapa de su habitación. Cree haber escuchado a su amigo Bubba llamarla, y le busca en el lugar más lógico: su hogar. La madre de Bubba, algo sorprendida al principio, intenta explicar a la niña que su amigo Bubba se ha marchado para siempre... pero ella no la entiende. Para ella, Bubba está ahí fuera escondiéndose. Cuando sale corriendo al campo a continuar su búsqueda, la anciana le sigue, preocupada porque le pueda pasar algo, hasta encontrarla cantando una de las canciones que solía cantar para Bubba... junto a la cruz para espantapájaros en que murió. Rechazando un nuevo intento de la mujer mayor de explicarle lo que ocurrió en verdad, Marylee asegura que Bubba está bien; simplemente, está haciendo el tonto, escondiéndose. Pero ella conoce todos sus escondrijos.

Mientras los espectadores meditamos si la muchacha está negándose a aceptar la realidad, Harless tiene una desgradable sorpresa a la mañana siguiente. Su mujer le pregunta si ha comenzado ya a sembrar; él, tras negarlo, le espeta a qué viene eso. La respuesta de su esposa le hiela la sangre y le hace levantar la vista. En los campos de su propiedad se divisa, lejana pero inconfundible, la familiar silueta de un espantapájaros que conoce muy bien. La primera reacción de Harless es reunir a Philby y Skeeter para averiguar si uno de ellos le ha gastado esa broma pesada. Cuando ellos le aseguran que no han sido, mostrándose tan consternados como él, a Harless le falta tiempo para salir de pita con ellos a la pensión donde vive Otis. El cartero reacciona con un duro reproche a sus cómplices: no se trata más que de un truco del fiscal para ponerles nerviosos, les explica, y ellos han actuado exactamente como su enemigo pretende. Sugiriéndoles que ni se les ocurra volver a poner el pie por allí en manada, Otis les invita a largarse y seguir con sus vidas como si tal cosa.

Será difícil hacerlo después de lo que ocurre esa noche. Al volver a casa, Harless descubre que el espantapájaros ya no está. Al oír ruidos en su pajar, entra a investigarlos... y acaba muriendo de una manera muy desagradable a manos de una trituradora de madera. Cuando sus amigos se enteran a la mañana siguiente, acuden al lugar para comprobar si, como dice Otis, ha sido un accidente. La cantidad de gasolina que aún contiene el depósito destruye sus expectativas: alguien apagó la máquina después de que hiciera virutas a Harless, lo que quiere decir que es muy probable que fuera quien encendió la máquina y provocó su muerte.

Pero ¿quién puede haber sido? ¿El fiscal, que juró empapelares apenas encontrara una pista? ¿La madre de Bubba, que les amenazó al conocerse la sentencia y que parece saber muy bien por qué Otis pensaba tan mal de su hijo (pista: "cree el ladrón que todos son de su condición" es el refrán a aplicar aquí)? ¿Marylee, que no parece capaz de asumir la muerte de su amigo? Lo único seguro es que alguien acecha a los asesinos de Bubba. Y a medida que las muertes se suceden, la cohesión de su grupo y de sus propias mentes se va desmoronando...


La importancia de vengarse en quien lo merece

Sin que Dark Night of the Scarecrow sea un obra maestra, hay que reconocer que funciona muy bien. Y lo mejor de todo es que en parte lo hace porque sabe jugar con sus limitaciones. Ante la imposibilidad de mostrar la mayoría de los sangrientos hechos que ocurren en su metraje (es para televisión, no lo olvidemos), se las arregla muy bien para mantener el impacto a través del uso del sonido, de cortes oportunos en el último momento y de planos que nos mantiene al filo de la escena. Un buen ejemplo es la agresión del perro a Marylee: en cuanto el perro se le echa encima, la cámara se centra en los rostros de los gnomos de jardín mientras escuchamos los desesperados alaridos de Marylee y los gritos de terror de Bubba, y parece que las estatuas se limitan a observar, con una cruel mezcla de indiferencia y satisfacción, el luctuoso hecho. Otro buen ejemplo es la muerte de Harless: justo en el momento en que cae en la trituradora, la acción corta a un plano de unas gotas de mermelada de fresa cayendo sobre un plato, en ingeniosa metáfora del destino del finado. Sólo dos actos de violencia se nos nuestran en toda su explicitud en todo el metraje, y el único de ellos que se puede considerar "sangriento" es el fusilamiento de Bubba.

Pero lo que hace que la película funcione de verdad es, como en muchas de las grandes películas de terror, la atención que presta al drama humano y a la psicología de sus personajes principales. El misterio y la sangre nunca nos hacen perder de vista a Marylee, Otis o la madre de Bubba, y gran parte del metraje nos intenta mostrar cómo viven la tragedia central del filme y qué ocultos mecanismos mentales les hacen tomar parte en ella. Aquí destacan tanto la niña actriz que encarna a Marylee como Charles Durning. La primera, manteniendo una beatífica inocencia en todo momento que hace más creíble la negativa de su personaje a admitir que Bubba se haya ido; el segundo, dando vida a los progresivos (y pútridos) matices de la personalidad de Otis que se ocultan bajo su odio y desconfianza hacia Bubba. Los secundarios no cuentan con tantos matices, pero se agradece la solidez que muestran en general al interpretar sus papeles. Por lo menos, yo no detecté ningún actor chirriantemente malo, aunque eso se puede deber a mis más que amplias tragaderas (diablos, hasta veo Cuenta atrás sin cortarme las venas).

También contribuye a la calidad del filme que, hasta los últimos segundos del filme, este no revela quién es el responsable de que los amigotes de Otis estiren la pata. No es que sea muy difícil de imaginar la verdad, pero el guión de J. D. Feigelson tiene el buen gusto de reservarse la revelación hasta los últimos fotogramas, dándole un impacto mucho mayor que si hubiera descubierto el pastel en la última media hora. ¡Ya podría haberse aplicado el cuento en El Bosque, señor Shyamalan!

Y en cuanto a la venganza que forma la espina dorsal de su acción, es interesante que contraponga dos formas distintas del mismo sentimiento: la que muestra Otis y la que anima al misterioso asesino que empieza a actuar tras el juicio.

La de Otis es una "venganza" basada en un odio prejuicioso hacia Bubba, que encuentra en la supuesta agresión de este a Marylee una excusa perfecta para desatarse sin miedo al rechazo social. Ese fundamento de odio irracional es el motivo por el que Otis y su pandilla ni se molestan en asegurarse de la culpabilidad de su objetivo: están demasiado entusiasmados con la posibilidad de matar al "retrasado" al que tanto detestan como para asegurarse de que merece morir. Y cuando Otis descubre que ha matado un inocente, cometiendo así una injusticia tan terrible como la que creía que Bubba había cometido, su reacción es ocultar el crimen y cubrir de mierda el nombre del difunto; su verdadera intención, eliminar al ser odiado, se ha cumplido, y poco importa que nunca dañara a Marylee.La miseria moral de Otis es puesta aún más en perspectiva cuando habla con la madre de Bubba tras la muerte de Harless, creyendo que ha sido obra suya, y esta le responde aventurando el verdadero motivo de su odio a Bubba. Seleccionad el texto si queréis ver un spoilerazo... La conclusión que nos queda a los espectadores de la charla entre Otis y la madre de Bubba es que el cartero, fiel a los postulados freudianos, desplazaba a Bubba sus deseos inconfesables, odiándole al mismo tiempo por atribuirle sus propios apetitos pederastas y por tener con Marylee una cercanía que él mismo desea.

La del asesino misterioso, en cambio, está caracterizada por la precisión con la que actúa. Sólo mata a los participantes en la muerte de Bubba, y su motivación no es un odio preexistente a este asesinato, sino un deseo de hacer pagar a los asesinos por su crimen. De ese modo, a pesar de lo terrible y drástico de sus acciones, a los espectadores nos parecen mucho menos reprobables.

De hecho, por lo que a mí respecta, el asesino misterioso tiene toda la justificación posible para sus actos. Sin contar su impecable gusto por las muertes creativas y llenas de sufrimiento, que es algo que se agradece mucho en estos casos.

Por si alguien no está todavía convencido de que Dark Night of the Scarecrow es una buena elección para pasar el rato, visitad el desternillante análisis de i-Mockery que motivó mi interés inicial. Os advierto que es mejor no leerlo hasta que veáis la película, porque la destripa de cabo a rabo. Y paciencia para las siguientes actualizaciones, porque tarde o temprano tendré ordenador propio y podré escribir en el blog con mucha más frecuencia.