domingo, 26 de abril de 2009

The Quiet Earth (El único superviviente): el horror de la soledad forzosa

Por chorrogésima vez consecutiva me he retrasado en actualizar. El motivo: estaba ocupado participando en las jornadas de Tierras Baldías todo el fin de semana, lo que incluyó participar en un concurso de relato corto organizado con motivo de las mismas… y ganarlo. No, ni yo mismo me lo creía, pero así fue. Si cuidara mi escritura en este blog la mitad de lo que la cuido, alomojó hasta me premiaban en un concurso de blogs; bueno, y si respetara mi propio régimen de actualizaciones, en vez de vaguear una semana entera.

Pasando al grano, vamos con la que fue la película neozelandesa más taquillera de su época (1985), un filme de ciencia-ficción basado en una novela del escritor Craig Harrison que plantea interesantes cuestiones filosóficas y hasta metafísicas en el contexto de un extraño apocalipsis.

Dios, acabo de sonar como un tertuliano de Qué grande es el cine. Que alguien me apalee, por favor.

Y entonces no quedó ninguno… excepto yo

Y lo peor de todo: soy uno de los culpables de esta situación.

Me llamo Zac Hobson, y ahora soy el último hombre en la Tierra.

Son las 6.11 en Nueva Zelanda. El sol sale como cada mañana cuando, de pronto… algo pasa. ¿El qué? No está muy claro: por un momento, la realidad se altera, y el astro rey se convierte en una especie de caótico torbellino de volutas rojas, para luego volver a la normalidad. O a algo que, en principio, parece la normalidad; al menos se lo parece a Zac Hobson (Bruno Lawrence, el guionista del filme), un científico que trabaja en la sucursal neozelandesa de los laboratorios Delenco, y que acaba de levantarse de una acalorada noche de sueño (a juzgar por su decisión de dormir desnudo). Excepto por el hecho de que su despertador se ha parado a las 6.12 (¡llegas tarde al trabajo, gambitero!), de que la radio sólo emite estática, y de que sus llamadas a la empresa no son respondidas, nada parece salirse de la rutina cotidiana de Hobson hasta el momento en que coge el coche para ir a trabajar.

En ese momento es cuando el científico no puede ignorar que algo anda muy mal: la gasolinera en la que va a repostar está vacía, hay coches abandonados en la carretera, y en una casa en la que acaba por entrar rompiendo un cristal hay claros signos de que sus ocupantes abandonaron el lugar de manera… MUY repentina: por ejemplo, una cama deshecha y una bandeja para el desayuno sobre el espacio que debían ocupar las piernas del durmiente mientras comía. De hecho, todos los lugares que Hobson visita desde el momento que sale de su casa muestran escenas similares, incluyendo la de un avión estrellado en pleno centro de Auckland en el que no hay restos humanos a pesar de que los cinturones de seguridad de los asientos siguen abrochados. Y cuando llega a su laboratorio e intenta ponerse en contacto con el resto de sucursales de Delenco en el mundo, no obtiene respuesta en ninguna. Sí, desde luego ha pasado algo muy raro aquí.

Y no tardamos en descubrir que la extraña desaparición del resto de personas tiene que ver con el proyecto que Delenco estaba llevando a cabo en esta instalación, y en el que al parecer trabajaba Zac Hobson. Cuando este baja a la zona de experimentación, se encuentra el cadáver abrasado por la radiación de Perrin, el jefe local del proyecto, y queda atrapado con él por el sistema de contención de emergencia de la instalación. Improvisando una bomba casera con un par de bombonas de gas, Hobson dicta en su grabadora un siniestro registro: es el 5 de julio, algo ha salido mal en la “Operación Flashlight”, y él parece ser el único superviviente al “Efecto” de dicho fallo en toda la Tierra.

De modo que, tras la explosión que le abre de nuevo las puertas de la libertad, la primera prioridad de Zac es encontrar a otros posibles supervivientes, para lo que pone una cinta en bucle perpetuo en la emisora de radio local con su nombre, dirección y número de teléfono, pinta carteles en blanco con esa información, y vaga día y noche por las calles en una búsqueda fútil de otros seres humanos. Pero al quinto día de (des)esperar junto al teléfono una llamada que nunca llega, se le enciende la bombilla: si ya no queda nadie en la Tierra, ¡ahora todo lo que hay sobre la Tierra es del que lo coja!

Lo que no comprendo es qué hace Alfred Hitchcock al fondo a la derecha.

Amigos para siempre/Will you always be my friend…

Y de este modo, nuestro amigo se lanza a una vida de lujo y desenfreno, marchándose a una mansión en el distrito más pijo de Auckland, llenándola de todo lo que saquea en los supermercados (incluyendo varios maniquíes y un emú disecado), y jugando al Ibertrén con trenes de verdad. El problema es que la falta de contacto humano, su culpabilidad por haber tomado parte en la Operación Flashlight, y el descontrol natural derivado de sus excesos van erosionando su salud mental. Primero pasa a vestirse con un salto de cama femenino, luego se proclama presidente de la Tierra ante una multitud de figuras de famosos de cartón piedra (incluso se permite mofarse del último hombre que intentó eso mismo: Hitler), luego entra a un a Iglesia exigiendo a Dios que baje a verle y amenazando con pegarle “un tiro al chico”, y acaba por coger un tractor y lanzarse a un frenesí (auto)destructivo. Sólo cuando atropella un cochecito de bebé, y se da cuenta de que podría haber matado al último bebé de la Tierra (si no hubiera estado vacío), recobra la cordura, y tras un breve momento de contemplación del suicidio y un baño purificador resuelve volver a la búsqueda de otros supervivientes.

¡Y qué oportuno! Apenas ha sustituido los fusibles que se le habían fundido en el cerebro, encuentra a la primera superviviente, Joanne (Alison Routledge). La tensión inicial de su aparición, pistola en mano, en el hogar de nuestro héroe acaba por disiparse ante el alivio y la alegría de encontrar a otra persona. Los dos acaban por establecer una relación romántica en el transcurso de su búsqueda de otras personas por toda la isla… y por a encontrar a un tercer superviviente, Api (Peter Smith, un actor maorí clavadito a Carl “Apollo Creed” Weathers), que convierte su relación en un triángulo amoroso.

Pero el encuentro con Api no aporta sólo la tensión de una rivalidad amorosa (y racial) con Zac, ni el júbilo de reunirse con otro ser humano más, sino que permite a nuestros héroes descubrir un posible porqué de su supervivencia al efecto, además de revelarnos por boca de Zac Hobson en qué consistía, a grandes rasgos, la Operación Flashlight… y un dato muy preocupante que ha estado observando en los últimos días con su instrumental: la carga de un electrón, una de las constantes del universo, está oscilando. Eso quiere decir que el universo se está volviendo cada vez más inestable, y que el Efecto puede volver a repetirse muy pronto… a no ser que encuentren la manera de evitarlo.

El Infierno son los otros… y el cielo también

Tú no mataste a mi padre. Prepárate a buscar más supervivientes conmigo.

Hola. Soy Íñiga de Montoya.

Dios sabe cuántas películas de ciencia-ficción y fantasía se pegan la gran hostia por prestar más atención a los efectos especiales que a los personajes (o por muchas cosas más). Si El único superviviente consiguió ser un taquillazo en su país de origen es porque supo cuidar este aspecto muy bien; no en vano el protagonista, Bruno Lawrence, es también uno de los tres guionistas del filme (junto a Bill Baer y Sam Pillsbury), y sostiene sobre sus espaldas la acción de la película durante más de media hora, logrando mantener el interés bastante bien… aunque la película, en general, es de las lentas, y eso puede tirar para atrás a más de uno.

La historia nos presenta un retrato creíble, triste, y a ratos entre terrorífico y descojonante de cómo reaccionaría un ser humano a un aislamiento de ese calibre. Aunque algunas escenas se pasan de la raya en la farsa (su visita a la iglesia es la principal culpable por exageración), el tono general de progresiva locura desesperada ante la falta de compañía está muy conseguido, y resulta dolorosamente familiar a los que, como yo (o Scott Ashlin), han pasado por una situación de soledad e incomunicación semiforzosa.

Claro que hora y media de un científico cuarentón viendo su cordura caerse a cachos puede ser demasiado para cualquiera. Sin otros personajes, no hay conflicto (a no ser que estés en una isla desierta de la que quieres escapar como sea, lo cual es otro cantar), y la acción se convierte en una tediosa escalera de bajada: la insoportable levedad de estar más solo que la una, si se quiere. Es verdad que las película pierde algo de intensidad con la llegada de Joanne y Api, pero no lo es menos que, de no aparecer ellos en escena, esa potencia se disiparía en menos de lo que canta un gallo.

Lo malo es que el muy cabrón se ha evaporado tras el efecto, y ya no me puede dar la revancha.

Los rumores sobre mi muerte a manos de Iván Drago fueron exagerados.

Allison Routledge y Peter Smith complementan bien a Lawrence, y entre ellos se establece una dinámica de tensión por el triángulo amoroso y los temas sociales y raciales que existen entre ellos, y camaradería por ser las últimas personas en la Tierra, que resulta más efectiva que el habitual “somos dos tíos para una tía, ¡peleémonos hasta sabotear nuestra propia supervivencia!” en el que degeneran muchas historias similares.

Además, la presencia de los otros personajes sirve para revelar algo más del misterio central de la película sin obligar al personaje de Lawrence a contarse a sí mismo lo que ya sabe, y para exponer algo de la metafísica y filosofía que subyace a la historia. ¿Puede ser, como sugiere uno de ellos, que los protagonistas sean los que han desaparecido del mundo normal mientras este sigue su marcha como de costumbre? ¿Que esté muertos y en el Cielo? ¿O en el Infierno? Esos posos de duda le hacen mucho bien a la película, y no cabe duda de que dan material para horas y horas de tertulia con los amigos después de verla.

Sobre todo por el final. El final… me limitaré a decir que cuando lo vemos, se nos queda la boca tan abierta como al protagonista. Es de esos epílogos que sólo se entienden con unos cuantos visionados… si es que alguna vez se entienden;  y si no, tampoco importa, porque a uno nunca se le quita la cara de asombro, ni las ganas de especular con el destino final de los tres supervivientes.

El único superviviente conoció una edición en VHS en nuestro país, pero aparte de eso no tengo constancia de que se haya editado en DVD en España. Si os va la ciencia-ficción cerebral y filosófica, y no os importa que su ritmo sea lento, no estaría mal que le echaseis el guante a través de eBay, de algún importador o de la mula. Sobre todo si queréis juntar a unos amigos y hacer tras la proyección un debate friki sobre las posibles interpretaciones del final: ¡horas de entretenimiento garantizadas!

domingo, 12 de abril de 2009

Dragonball Involution, que no Evolution

Temía que este momento llegara. Una parte de mí temblaba de terror ante la posibilidad; la otra deseaba comprobar en persona la verdad, aunque me volviera tan loco como jugar al Eversion con un tripi en el cuerpo. Pero al final llegó: la visita de Doña Pitufina y Don Herberwest con motivo de la Semana Santa a estas tierras sirvió como excusa para juntarnos y ver lo que Hollywood había hecho con Dragonball. Y aunque a estas horas debería dirigirme en coche a mi hogar para pasar al menos parte de la semana de asueto que tengo por delante, ya me he saltado demasiadas veces mi propia rutina bloguera, de modo que aquí os cuento cómo fue; al menos, espero que os sirva para ahorraros el inútil derramamiento de euros en la entrada para ver este filme.

Por cierto, ante la imposibilidad de sacar afotos dentro del cine, las he tenido que sacar de Internete, como acostumbro con los estrenos en cartelera. Las que acompañan a este artículo salen de Blogdaddy y de Notas de cine, y lo menciono en itnerés de dar crédito a quien las puso online originalmente

Mi nombre es Goku, Son Goku

Lo suyo era más clavarle 6d6 de ataque furtivo al pobre desgraciado antes de que tirase iniciativa.

Bulma no era de las que ponía mucho esfuerzo en las emboscadas.

La primera señal de lo que se nos avecina es la introducción expositiva que nos comemos al iniciarse la película, que apesta descaradamente a añadido de última hora forzado por el estudio para que la gente entienda de qué va la historia: en ella, se nos explica cómo el terrible Rey Piccolo (James Marsters, Spike para los amigos) y su monstruoso secuaz Gozaru estuvieron a punto de destruir el mundo hasta que siete sabios sellaron al malvado en jefe dentro de una vasija mediante un hechizo. Desde entonces, el mundo ha seguido su camino en relativa paz, al menos hasta la fecha.

Nuestro narrador para esa escena resulta ser Gohan (Randall Duk Kim, a quien vimos como Creador de Llaves en Matrix Reloaded), un anciano maestro de artes marciales que vive con la única compañía de su nieto y discípulo, Goku (Justin Chatwin). Goku es un muchacho, que no encaja del todo en su escuela (que, a todos los efectos, es un típico instituto americano) y que no puede defenderse de los matones que se mofan de él porque prometió a su abuelo no hacer uso de su temible habilidad marcial contra pelagatos de a pie. Comprensiblemente, el chaval está harto: quiere vivir una vida normal, a ser posible una en la que se ligue a la guapa Chi Chi (Jamie Chung) y en la que la gente ya no se mofe de él por hablar en clase de, por ejemplo, alienígenas namekianos. Su abuelo le responde diciéndole que no tiene por qué angustiarse: sólo tiene que tener fé en quien realmente es.

La suerte parece sonreír al chico cuando, en un intermedio entre clases, encuentra a Chi Chi intentando abrir su taquilla, que por alguna razón no lee su tarjeta de estudiante. Usando su ki, Goku logra no sólo reventar la cerradura, sino abrir todas las demás taquillas de golpe. La impresionada y agradecida joven decide invitarle entonces invitarle a la fiesta que da esa misma noche en su casa por… porque hoy es hoy, supongo. Nuestro alborozado héroe queda tan entusiasmado por la posibilidad de que Chi Chi esté interesada en él que se le olvida que ese mismo día cumple los 18 años, y para cuando su abuelo sube a llevarle la tarta a su cuarto hace rato que el chico ha largado para casa de la jamelga en cuestión.

Lo que ni Goku ni Gohan saben todavía es que han elegido un mal momento para que el muchacho lleve una vida normal. Por motivos que la película nunca se digna en explicar, el Rey Piccolo ha conseguido escapar de su confinamiento, y acompañado por su cruel secuaz Mai (Eriko Tamura… ¿de qué me suena a mí ese nombre?) a bordo de su Palacio de Opresión Móvil, está buscando las legendarias Bolas de Dragón, siete MacGuffins esferas mágicas que, al ser reunidas, conceden un deseo a su dueño. Esto ya es bastante malo para el mundo en general, pero es aún peor para lo pobres desgraciados que las poseen; un club al que, mira tú por donde, ahora se ha sumado Goku, al que su abuelo Gohan ha confiado una de las esferas, explicándole su importancia y pidiéndole que la guarde bien cerca de él.

En la fiesta, Goku no tarda en convertirse en el rey del cotarro, después de salir airoso de una pelea con los malotes del instituto (en la que demuestra por qué una promesa de no hacer daño activo no significa que tus rivales vayan a salir ilesos si te atacan; es además la mejor escena de acción de toda la peli), y empieza a intimar con Chi Chi… cuando siente en su interior (¿cómo lo hace? ni idea) que algo va mal en su casa. Y así es, porque el Rey Piccolo y Mai están visitando a Gohan, y no son de los que les importe mucho dejar piedra sobre piedra en su búsqueda de las esferas. Para cuando Goku llega, sólo tiene tiempo de decir el último adiós a su agonizante yayo y recibir de él la misión de buscar las demás bolas con la ayuda de un tal Maestro Roshi (el gran Chow Yun-Fat, precursor oriental de Bruce Willis; sí, yo también me pregunto qué coño hace aquí).

A la mañana siguiente, Goku recibe una inesperada visita: la de Bulma Briefs (Emmy Rossum), hija del fundador de Capsule Corporation, que ha llegado hasta allí siguiendo el rastro de la Bola de Dragón que poseía la compañía, y que fue robada hace varias noches por Mai. Aunque en principio cree que la que tiene Goku es la suya, y por ello intenta llenarle de plomo, el chico le acaba demostrando que se equivoca al mostrarle que la esfera que tiene sólo cuenta con cuatro estrellas (la de Bulma tenía cinco). Viendo que ambos buscan lo mismo, y que a ninguno de los dos les gustaría que ese tal Piccolo hiciera uso de las siete bolas, deciden aliarse e ir en busca de Roshi.

¿Podrán nuestros héroes reunir las siete bolas e invocar a dragón Shenron antes de que Piccolo convierta el planeta en un infierno terrenal? ¿Podrán plantar cara a su infernal sicario Gozaru cuando por fin aparezca? Pero más importante aún: ¿aguantará alguien en el cine lo suficiente para ver la respuesta a estas preguntas?

Justo tan mala como la imaginabas

Parece usted Bruce Willis al principio de El último boy scout

Qué mal le veo, inspector Tequila.

Es verdad, como decía Doña Pitu anoche, entre bocado de carpaccio y degustación de provolone, que a los frikis nos encanta poner a bajar de un burro las cosas sin haberlas visto siquiera; pero es verdad también que pocas películas han demostrado ser tan merecedoras de ese tratamiento como Dragonball Evolution Involution. Parece mentira que Stephen Chow haya producido el filme, y que Akira Toriyama haya estado de productor ejecutivo, porque el filme es un egregio ejemplo de falta de respeto por la licencia original.

Para empezar, la acción no tiene lugar en nuestro mundo, ni en el de Dragonball, sino que parece saltar de uno a otro en cada escena. Nunca da la impresión de estar localizado en una Tierra paralela donde las grandes urbes modernas conviven con el ki y los torneos de artes marciales, sino que parece que el mundo cambia de enfoque a capricho del guión. No hace falta decir lo mucho que eso chirría, ni recordar la falta de coherencia interna que de eso se deriva, ni indicar que el espectador nunca siente que los personajes viven en un entorno vivo; y aún así, lo acabo de hacer. ¿Por qué? Me gusta regodearme, supongo.

Luego está el problema con los actores. El problema con ellos no es por ellos mismos, que actúan con bastante profesionalidad (al menos, eso dice Pitu; y a mí tampoco me dio la sensación de que lo hicieran ellos mismos mal), sino con las ridículas líneas de diálogo que el guión les hace escupir. Da penita verles forzados a soltar cliché tras cliché en cada escena, en gran medida porque ni siquiera son clichés que resulten mínimamente graciosos, sino que son de una sosez que descorazona. En la versión española, el efecto se ve agravado por un doblaje que se las arregla para multiplicar el ridículo de los diálogos empleando la entonación más inadecuada a cada momento. Con todo, hay excepciones: la manera en que James Marsters, como Piccolo, explica la experiencia de su encierro es un pequeñito diamante de brillantez en un erial carbonífero.

Y de la evolución de los personajes, casi mejor cuanto menos se diga. Los protagonistas, más que evolucionar, cambian a trompicones según al guionista, Ben Ramsey, le da la venada. Roshi pasa de borrachuzo lascivo y desaseado a sabio místico marcial sin nada que se parezca a una etapa intermedia de desarrollo, y por lo que respecta a los romances… Creedme, si algún día tengo la oportunidad de tener una historia de amor como la que viven Goku y Chi Chi, o la que surge entre Bulma y Yamcha (Joon Park), prefiero mi celibato forzoso a esos prodigios de falta de naturalidad y de “emparejamiento porque el guión lo dicta”.

Con todos esos puntos en contra, está claro que la película es una mierda; sin embargo, cabría esperar que al menos las escenas de acción molasen, ¿o no? Pues al principio parece que sí, con la grandiosa escena de Goku en la fiesta o su entrenamiento previo con Gohan, pero la película no tarda en bajar la calidad en ese sentido, presentándonos peleas cada vez más y más carentes de gracia hasta llegar a un tristísimo duelo final.

La calidad de los efectos especiales (que en general es bastante aceptable) poco puede hacer ante estos fallos, o ante la tendencia del guión de explicarnos las cosas a través de parrafadas de sus personajes en lugar de emplear flashbacks. El director James Wong y el guionista Ben Ramsey no sólo han hecho una mala adaptación; han hecho una mala película. Sólo espero que los pobres actores puedan salvar sus carreras después de este despropósito, y que vosotros no cometáis el error de ver esta morralla en el cine. Si no os queda más remedio que comprobar lo ponzoñosa que es, haced uso de vuestro derecho a la descarga sin ánimo de lucro; al menos así la podréis borrar luego del disco duro.

Esta crítica va dedicada a Dave Arneson, creador de Dungeons & Dragons, fallecido el pasado día 7 a los 61 años tras un cáncer. Esperemos que en el Otro Barrio él y Gary Gygax puedan solucionar amigablemente su disputa por la autoría del juego, y crear de paso unso cuantos módulos de calidad divina. Los roleros de este mundo nunca podremos agradecer lo suficiente que Arneson cogiera las reglas de un juego de estrategia y las modificara para dar origen a algo distinto. De modo que gracias, y descanse en paz.

viernes, 10 de abril de 2009

Bully Scholarship Edition: qué buen juego, si tuviera buena conversión

En flagrante salto a la torera de la necesaria alternancia películas-juegos, el post de hoy (que debería haber sido el del pasado domingo) va a versar sobre el título que ha ocupado mi tiempo en las últimas semanas; un juego del que ya disfruté en su versión original de PS2, y cuya conversión a PC saludé con júbilo… hasta que descubrí qué clase de trabajito nos habían endilgado a los del ratón y teclado

Con él, llegó el incomprensible escándalo

En lugar de eso, fomentamos la sana competitividad entre los nerdos y los estudiantes populares, para que los nerdos aprendan su posición en el orden natural de las cosas: abajo del todo.

Aquí, los videojuegos están prohibidos porque corrompen vuestra inocencia.

Desde que Grand Theft Auto III les convirtió en la compañía más rompedora de la primera década del nuevo milenio, Rockstar Games no es que haya cortejado la polémica: es que la pidió en matrimonio y se fue a vivir con ella a una casita unifamiliar de Escocia. Los guardianes de la moral, protectores de la infancia y demás encaladores de sepulcros no tardaron en convertir títulos como Manhunt, los de la mencionada saga GTA o el muy criticado (por cuestiones de calidad, más que por su violencia) State of Emergency en objetivos de sus cruzadas por el amor, la justicia y el pastel de manzana. O algo así.

La tendencia a asociar a Rockstar con el ataque a los valores tradicionales y a la corrección política, azuzada por la propia compañía, alcanzaría una de sus cimas con el anuncio, a finales de 2005, de Bully (matón, abusón). Unas pocas imágenes y un breve texto indicaban que sería un juego ambientado en una exclusiva (y corrupta) academia privada para niños ricos, y que el protagonista sería un joven y díscolo recién llegado al lugar. Los que tuvimos dos dedos de frente nos figuramos que sería una sarcástica parodia del infierno que es la escuela secundaria; los afectados por un grave retraso mental, entre los que (para nuestra eterna vergüenza) se encontraban muchos aficionados a los videojuegos, sufrieron un aneurisma al leer el título que les llevó a inferir, con una cerrilidad digna de los más abyectos teóricos de la conspiración, que el juego versaría sobre cómo ser un matón amoral y hacer las vidas de los chicos impopulares un tormento sin fin. En favor de la interpretación de los tontosdelculo estaba el hecho sobradamente conocido, aceptado y falso de que la saga GTA da puntos por violar, asesinar prostitutas y atropellar a viandantes, con lo que Bully no sería más que el siguiente paso lógico en el descenso de Rockstar a los abismos de la depravación…

Esperad un momento, tengo que hacer una pausa para vomitar la bilis. Ahora vuelvo.

Siento el desagradable espectáculo, pero es que hablar de este tema hace estragos en mi sistema digestivo. Continuemos.

Toda esa banda de deficientes cerebrales y paladines de la ultraderecha iniciaron una cruzada moral para prohibir el juego. A la misma se sumaron organizaciones de lucha contra el acoso escolar, asociaciones de protección de la infancia como Protégeles y otros entes a los que, hasta el momento de sumarse a esta caza de brujas, personas como vosotros o yo mismo hubiéramos admirado por su loable labor. Por supuesto, Jack Thompson estuvo a la cabeza de ese pelotón de linchamiento mediático, y fue la fuente principal de información sobre el juego para muchas de las asociaciones benéficas antes mencionadas. Y todo ello a partir de cuatro pantallazos y una breve descripción de Bully que sonaba más a comedia estudiantil que a versión adolescente del Manhunt.

Vale, tengo que hacer otra pausa.

¡BLLLLEEEEEEEERRRRGGGGGG! *KOFF KOFF KOFF* ¡BLEEEERRRRGG!

Uhhh… joder, me encuentro cada vez peor.

El escándalo provocó debates sobre si el juego debía prohibirse o no (claro, como no era una caricatura racista de Mahoma no merece la protección de la libertad de expresión, no te jode), y acabó provocando un cambio de título en la edición española: Bully, en su edición inicial para PS2, pasó a llamarse Canis Canem Edit (perro come a perro), como el nihilista lema de la ficticia academia en la que transcurre la acción. Resultó ser un buen juego, que se vendió como churros, y mientras tanto hubo una polémica entre Meristation y Protégeles que se saldó con un largo debate en sus foros; años después, una inmensa cagada publicitaria de la web sobre videojuegos permitiría a Protégeles tomarse una vengancilla por cómo acogieron los participantes en dicha discusión sus planteamientos.

¿Y cómo me afectó a mí? Bueno… esto… ¡OH, MIERDA, ME HA VUELTO A DAR!

Uhh… Aparte de eso, este monumental despropósito hizo que perdiera un poco más mi fé en el género humano, y en las asociaciones como Protégeles en particular. De ser unos paladines de la infancia y valientes luchadores contra la promoción de la anorexia y las páginas pedófilas, pasaron a revelarse como una pandilla de repulsivos y corruptos carcamales hipócritas, más interesados en echar mierda sobre el mundillo de los videojuegos que en actuar con honestidad en la búsqueda de la verdad. O lo que es lo mismo: me demostraron que son el Enemigo, al que nunca hay que dar ni pedir cuartel, ni concederle favor alguno, puesto que eso sólo servirá para fortalecerle en su lucha por censurar todo lo que amamos… por nuestro propio bien.

Vomitaría, pero mis tripas ya están vacías, así que pasaré a la siguiente explicación.

El éxito de Bully Canis Canem Edit en la PS2 propició su conversión a otras consolas, en una Scholarship Edition que incluía misiones y minijuegos adicionales. Inicialmente apareció para la vituperada Wii y la Xbox 360, pero a finales del pasado año salió también para PC. Loco de alegría, no tardé en ir en su busca al saber de su existencia; sin embargo, antes me informé un poco más a través de ciertos enlaces incluidos en la Wikipedia…

… Y descubrí, para mi consternación, que la versión de la Wii había salido bastante mejor que la que nos tocaba a los peceros y xboxeros. ¿Por qué? No, no contestéis ahora: hacedlo después de la publicidad sinopsis.

JD iba a estar saturado de “trabajo” en esta escuela

Llora y pide clemencia: recibirás la misma que das a los empollones cuando les humillas, HIJO DE LA GRAN PUTA.

¿Qué se siente al otro lado de las hostias, matón de mierda?

Que conste esto en primer lugar: Jimmy Hopkins, el protagonista de esta historia, no es mal chico. Dicho esto, hay que admitir que tampoco es un buen chico. En el momento en que entramos en su vida, este quinceañero pelirrojo, pecoso y conflictivo acumula una lista de expulsiones escolares que supera la docena, y la Academia Bullworth es el único centro en el que le admiten. En su díscolo comportamiento tiene mucho que ver el desinterés de su acaudalada madre, que le deja tirado allí mientras se va un año de crucero por Europa con su nuevo marido.

Nada más llegar, Jimmy averigua en sus carnes por qué la Academia Bullworth admite a un inadaptado como él: ¡sus alumnos son aún peores! Organizados en cuadrillas que rechazan a los diferentes y se burlan de los que consideran por debajo de ellos, los niños ricos, macarras, musculitos y matones propiamente dichos se organizan en una sencilla pirámide social de hijoputez y agresión mutua; la cuadrilla de los empollones es la excepción a esta regla, puesto que son demasiado débiles físicamente como para plantar cualquier clase de batalla. El primer contacto directo de Jimmy con esta realidad llega en el momento en que los matones intentan darle la “bienvenida”… y descubren en el proceso que han jodido al pelirrojo equivocado.

El joven no sólo se granjea enemistades en su primer día escolar, sino que hace amigos. El primero de ellos es Petey Kowalski, un muchacho apocado pero amable que es el primero en recibirle al llegar a su dormitorio. Por desgracia, el segundo es Gary Smith, un abusivo sociópata que asegura tener docenas de problemas mentales pero que, a efectos prácticos, simplemente carece de la más elemental empatía y sentido del compañerismo. Es Gary quien enseña a Jimmy cómo funcionan las cosas en Bullworth, y quien empieza a implicarle en una idea megalómana que se le pasa por la cabeza: hacerse con el control de Bullworth. A pesar de que Jimmy tiene menos interés en eso que en ver la peli porno de Carmen de Mairena, se deja llevar por Gary para realizar gamberradas diversas y empezar a meter a los matones en más problemas.

Jimmy termina por lamentar su asociación con Gary cuando este, al dejar de tomar su medicación, sufre un ataque de paranoia que le lleva a pensar que Jimmy quiere quitarle de en medio para quedarse él con la escuela, y le tiende una trampa en los sótanos obligándole a luchar contra el más peligroso de los matones: el gigantesco (y retrasado) Russel. Nuestro héroe escapa a duras penas con bien del asunto, pero lo hace venciendo a Russel y comprometiéndole a que deje en paz a los demás alumnos.

Con el respeto (¿o es el miedo?) de los matones bien ganado, Jimmy empieza a plantearse si no sería buena idea continuar con el plan de Gary; después de todo, el acoso escolar en Bullworth es galopante y el pomposo director Crabblesnitch no parece darse cuenta de lo que sucede, así que cualquier solución a este problema va a tener que venir de fuera del sistema. Cuando uno de los pijos, Gord, le invita a que visite el club de boxeo que la cuadrilla tiene en la ciudad, Jimmy ve una oportunidad de empezar a cambiar las cosas… olvidando que Gary sigue suelto por ahí y dispuesto a poner a toda la escuela en su contra. ¿Aguantará el pelirrojo los sucesivos conflictos con las cuadrillas de la escuela? ¿Conseguirá aprobar en todas sus clases? ¿Ligará con chicas, con chicos, o con uno de cada? En cualquier caso, está en un buen lío, pero también en la edad propicia para meterse en uno, y Jimmy no es de los que se echan atrás.

Es como Hogwarts, pero cambiando la magia por las tollinas

A mí me van las jovencitas en forma. y si acaso, también los jovencitos en forma. Usted está demasiado mayor y fondón.

Lo siento, profesor, no es usted mi tipo.

No mucho antes que Bully, Rockstar hizo un juego basado en el mítico filme The Warriors, que resultó ser uno de los pocos intentos de resucitar el género del beat’em up que no sólo fue decente, sino que recapturó las bondades de clasicazos como el Final Fight. Rockstar Vancouver (antes autores, bajo el nombre de Barking Dog, de Homeworld: Cataclysm y de una de las versiones del Counter-Strike) cogieron la jugabilidad básica del título anterior (obra de Rockstar Toronto), y le aplicaron una mecánica de juego libre al estilo Grand Theft Auto en el contexto de un ambiente escolar juvenil. ¿Le sorprende a alguien que resultara un juego fabuloso?

Y es que no sólo tiene una jugabilidad bastante buena, en la que tienen cabida el combate (cuerpo a cuerpo y con armas como petardos o bombas fétidas), los vehículos (bicicletas), y la exploración, sino que tiene una personalidad irresistible. Todos los detalles se conjugan para sumergirnos en la experiencia de ser un estudiante en medio del maravilloso y terrible mundo de la escuela secundaria, con clases representadas a través de simpáticos (aunque a veces algo cargantes) minijuegos que nos ofrecen beneficios especiales, monitores de pasillo que nos reprenden si rompemos la ley, compañeros que nos saludan o insultan según nuestra relación con su cuadrilla o la ropa que llevamos, e incluso la posibilidad de enrollarnos con las chicas (y con alguno de los chicos: ¡tres hurras por la apertura de miras!) si les entregamos regalos.

La mayor parte de culpa de la inmersión es que la historia sea una especie de destilado general de todas las comedias estudiantiles que en este mundo han sido, aderezadas con paletadas de cinismo e ironía pero sin llegar a la perspectiva nihilista de Escuela de jóvenes asesinos. Es verdad que tiene algunas lagunas, como la aparición repentina de personajes a los que no hemos visto nunca y a los que sin embargo Jimmy parece conocer de toda la vida, o la poca atención que nuestro héroe presta a los turbios manejos de Gary (no es por spoilear, pero yo hubiera ido directamente a por él mucho antes de lo que el prota lo hace), pero son perdonables por el encanto del conjunto restante; en especial, de Jimmy Hopkins, que aunque es rudo y conflictivo transmite una clara impresión de ser un tipo fundamentalmente decente, sensato y con las cosas muy claras sobre los males que afligen a sus compañeros (otra cosa es que el jugador le maneje como si fuera otro matón más).

¿Pueden un matón y un tipo que apalea matones encontrar el amor juntos? No sé, pero siempre pueden darse el lote a la puerta de la academia.

Brokeback Bullworth. Próximamente en sus pantallas.

Otra gran culpa la tiene la fabulosa banda sonora, compuesta por el multiinstrumentista Shawn Lee, que sabe cogerle el tono a cada escena al dedillo. Lo que más oiremos será el tema principal, dominado por los sonidos del bajo y del xilófono (y que me recuerda horrores a la clase de música que compone Danny Elfman, no sé por qué), pero los demás recorren todo un abanico de géneros: piezas más románticas para cuando tenemos una cita con una chica, otras misteriosas cuando hacemos una misión de sigilo, otras más movidas para cuando tenemos pelea con alguna cuadrilla… Irónicamente, mi favorita es una melodía intensamente dramática y siniestra que escuchamos cuando hacemos la misión secundaria de… cortar el césped. Sí, cortar el césped. Como lo oís. En conjunto, es una música que sabe variar entre géneros y épocas, pero manteniendo una unidad temática general, y que nunca os cansaréis de escuchar.

Y sobre la violencia o la posible incitación al matonismo, perded cuidado. Los monitores de pasillo ya se ponen bastante cafres si nos peleamos con alguno de los estudiantes normales; y si probáis a intentar agredir a un adulto, un menor, una chica o un monitor, se os caerá el moco antes de que podáis decir “abusan de mí”. Si hay una moraleja en este juego, es que agredir a tus mayores o a los más débiles equivale a buscarse la ruina. ¿Que dirían en Protégeles de eso, suponiendo que se dignasen a ivnestigar de verdad lo que critican?

¿Que aporta la Scholarship Edition al Bully de toda la vida? Algunas clases y misiones adicionales para superar. Si bien algunas de las nuevas clases dan beneficios bastante inútiles, como prendas de ropa nuevas que ni un demente se pondría, otras sí que dan cosas útiles; por ejemplo, aprobar Geografía refleja en el mapa general la localización de los objetos especiales ocultos. Además, sirven para tapar varias de las lagunas argumentales mencionadas antes, presentando a algunos de los profesores con los que Jimmy acaba por tratar en algunas de sus misiones. En cuanto a las misiones extra, la mayoría tienen lugar en Navidad y varias de ellas hacen una magnífica parodia de Milagro en la calle 34, a la que sólo le falta cierta canción de los Pogues para poner un fondo musical adecuado a su… peculiar variante del espíritu navideño.

Creedme, si a Protégeles le dio un patatús con el juego sin probarlo siquiera, jugar a estas misiones les provocaría una apoplejía.

Por desgracia, mientras que la versión de Wii corrió a cargo de Rockstar Toronto y salió bastante bien (o eso dicen), la de Xbox 360 y PC (o sea, la que yo tengo) fue elaborada por Rockstar New England, antes Mad Doc Software, y resultó ser un inenarrable festival de bugs y problemas técnicos varios. Parece ser que el juego tiene una fuga de memoria que se va zampando recursos de sistema y que provoca toda clase de divertidos efectos: en mi caso no han sido tan espectaculares, pero es verdad que aún teniendo euqipo de sobra el juego me va a ratos como el culo, con ralentizaciones incomprensibles. Dichas ralentizaciones, además, fastidian una de las clases, la de música, en la que nuestras pulsaciones siempre suenan un poco por detrás de la melodía principal, provocando que “hacerlo bien” en esas clases equivalga a desafinar de una manera horrible; y sí, es un fallo menor, pero yo me tomo todos los temas relativos a la música muy a pecho.

De modo que, aunque estoy disfrutando mucho con Bully Scholarship Edition, y constato que no es un juego de glorificación del matonismo (en todo caso, es glorificador del darle a los matones un buen trago de su propia medicina, lo cual me parece de puta madre), no recomiendo comprarlo en PC. Si lo hacéis, que sea bajo vuestra cuenta y riesgo. En el foro de Steam del juego hay un hilo en el que da un posible arreglo para los bugs, pero no está 100% garantizado. Si tenéis una PS2 o una Wii, os irá mejor comprando esas versiones.

Eso sí, si lo compráis en PC y tenéis suerte de que os funcione aceptablemente, como a mí, ¡enhorabuena y a disfrutarlo!

ACTUALIZACIÓN A 3 DE MAYO: ¡Habemus parche! Bajadlo en este enlace

miércoles, 8 de abril de 2009

De vuelta a la arena

Sí señores (y señoras), el ordenador ya ha salido de boxes, y eso significa que ya puedo volver al frikeo activo. Los de la tienda me han quitado toda la pelusa acumulada en el ventilador y las rejillas, y de paso me han cambiado la pastilla térmica aprovechando que me entraba la garantía. Y como el ordenador me fallaba con los juegos, probaron que funcionaba enchufándome una demo del Timeshift que me han dejado de propina.

Este Viernes Santo, mientras la mayoría de mis conciudadanos (bueno, o la minoría vistosa) optan por el ambiente solemne de las procesiones semanasanteras, yo aprovecharé que me dan el día libre para poner la actualización que le debía al blog. Paciencia, que ya queda menos…

¿Que cómo sobreviví sin ordenador? Leyendo. En concreto, desde anteayer he estado muy ocupado con el primer título de Canción de hielo y fuego: otra nueva adicción que añadir a mi politoxicomanía mental.

viernes, 3 de abril de 2009

Estamos en boxes, permanezcan a la espera

Pues eso, que este fin de semana no voy a poder hacer ni ganas de actualizar porque mi portátil tiene en las últimas semanas una alarmante tendencia a apagarse cuando se calienta mucho (no de esa manera, malpensados), y prefiero prescindir de él mientras me lo arreglan en la tienda que arriesgarme a que se me funda algún día.
Aparte de eso, quiero saludar a enriqq por sumarse a los seguidores de este, nuestro blog, y al lector anónimo (si es que no es el mismo enriqq) que menciona en los comentarios de Eversion lo que le ha gustado el juego.
Pues eso. Paciencia, que enseguida volvemos.