¡Ah, no hay nada como una semana en la que trabajas todos los días! Excepto, quizás, una semana en la que trabajas todos los días y el primero de ellos te pones malo y te entra una leve vomitera nocturna, que luego amenaza con repetirse por la tarde hasta que te tomas una Coca-Cola a sorbos y se te asienta el estómago. Básicamente, ese fue mi 8 de febrero, así que la cosa no ha podido más que ir a mejor desde entonces; sobre todo porque, en el momento que escribo estas líneas, agoto las últimas horas de mi cuarto día de descanso consecutivo.
Supongo que hoy debería hablar del Fallout 2, pero todavía no he podido terminarlo tras un episodio de momentánea pérdida de interés; el que sí he terminado es el Jade Empire, pero quiero hablar de otros juegos fundamentales en su ADN (y en mi, digamos, educación sentimental) antes de ponerme a fondo con él (y con el Mass Effect, que me tiene retenido ahora mismo). Cualquier otro de los juegos que tengo opción de jugar es demasiado largo como para hacer una crítica rápida. ¿Qué hago?
Pues jugar al modo de la vieja escuela. Y además, hacerlo con uno de los mejores títulos de aquellos locos años en los que Sega y Nintendo se disputaban el mercado de las videoconsolas.
¿Y si me largo de la compañía y monto la mía propia?
Interpretación artística de las negociaciones entre el baranda supremo de Konami (izquierda) y Masato Maegawa, fundador de Treasure (derecha).