domingo, 26 de septiembre de 2010

Dragon Age: El Despertar, o el día que los engendros tenebrosos ganaron cerebro y perdieron pegada

El último mes no ha sido muy bueno para ser yo, entre ampliaciones de la jornada a cinco días (que no me dejan tiempo para ir al gimnasio), amigas que ya no quieren hablarme por mi incapacidad de controlar mi ira, y broncas del jefe por no tomarme lo bastante en serio mis responsabilidades como encargado de una sección (pequeñita, pero sección al fin y al cabo).

Todo eso no importa hoy. Estoy en las Jornadas Senpai de Castellón en el momento de escribir estas líneas, escuchando cómo una celebridad otaku local demuestra sus habilidades (que no entraré a juzgar) sobre el escenario, mientras a mi alrededor el resto de la frikería conversa, juega partidas de Magic o intenta llenar el estómago a base de bocatas y ramen. Y yo, Dios mediante, voy a revivir los tiempos heroicos de los comienzos de este blog, cuando me apalancaba en la redacción de El Mundo de Ibiza y Formentera para escribir posts kilométricos en plan maratoniano. Porque ya llevo demasiado tiempo sin actualizar, y porque la expansión del Dragon Age (a los contenidos descargables, de momento, no me acercaré) merece el comentario.

Cuando la horda piensa… y planea

Ya nadie le diría que era un Kefka de Hacendado.

Gracias a Bioware, Sephirot pudo desencasillarse tras el Final Fantasy VII y sus spin-offs.

sábado, 4 de septiembre de 2010

El día que probé con la Alta Tensión… y me electrocuté

El final del verano llegó, y tu partirás… ¡EJEM! No es que el verano haya terminado ya, al menos técnicamente, pero septiembre siempre ha sido para mí un mes más otoñal que estival, por aquello de que era el tradicional comienzo de curso escolar. Y este año, es el último mes que trabajaré en mi empleo actual; a partir de octubre, vuelvo a hacer la ronda de reparto de CV, y a mantenerme a costa de Papá Estado y de mis ahorros. Deprimente, lo sé, pero es inevitable visto el horrendo clima económico que llevamos soportando desde que las hipotecas basura nos estallaron en la cara a principios de 2008. De hecho, ya va siendo hora de que sienta los efectos de la crisis después de tirarme dos años y medio arreglándomelas para esquivarla, ¿no?

Lo cual no quiere decir que no sea una mierda: lo es, y gordísima. Con todos los estreses y sinsabores que lleva consigo el trabajo, sentir que uno es útil y que tiene derecho a vivir de su propio esfuerzo no tiene precio. Lo que más me preocupa de volver otra vez al paro es que se me acabe yendo la pinza con la inactividad y la falta de contacto humano, y que mi depresión aproveche la mala temporada para hacerse fuerte en mi cabeza, dar un golpe de Estado y mandar a mi macilenta autoestima a la Escuela de Mecánica de la Armada, o su equivalente dentro de mi psique. No diré más, que esta metáfora ya se ha salido bastante de madre.

En momentos como estos, tengo una preocupante tendencia a pasarme los días volviendo la vista atrás y recordando con nostalgia los viejos buenos tiempos, aunque de buenos no les viera por aquel entonces nada. Y de una película que vi en aquellos viejos buenos tiempos (a mediados de la pasada década, cuando hacía mi posgrado) va el post de hoy. Para ser exactos, de una película que sería un puñetero clásico… si no tuviera un giro inesperado de guión que aún hoy, tras cuatro años, me provoca ganas de embestir a la pared más cercana repetidas veces.

Adivina quién viene a matar esta noche

Más exactamente, ¿quién lo haría sin llevar un arma en la mano?

Atención, pregunta: ¿quien abriría la puerta a un tío que llega de madrugada conduciendo un cacharro con el aspecto del que vemos en la foto?