domingo, 25 de marzo de 2012

La Mujer de Negro, o qué buen aspecto de viejo tiene la nueva Hammer

Por cosas de la vida, esta entrada del blog ha salido unas cuantas semanas más tarde de lo que pretendía. De hecho, mi pretensión inicial era poner un irónico contrapunto a la celebración del Día de Gastarnos los Cuartos en Aparentar Ante Nuestra Pareja, conocido popularmente como Día de San Valentín, pero una mezcla de natural vagancia y jaleos diversos en los que me he metido, incluido el comienzo de mi nuevo trabajo y mi visita a las Cromel, retrasaron mi propósito de actualizar. Y como a estas alturas hablar de pelis de psicópatas asesinos ambientadas en pleno Día del Corte Inglés los Enamorados quedaría muy pasado, mejor hablo de cierto estreno todavía en cartel. Uno de esos que acojona casi como una peli de terror japonesa, sólo que con genuino sabor británico y un nombre que va a juego con este, nuestro blog: La mujer de negro. Y no podría ser menos, ya que es una producción de Hammer Films, la productora que toma el nombre (y, por lo visto, testigo) de la que fuera mítica casa del cine de terror hecho en las Islas Británicas, y además una adaptación de la novela homónima que ya fuera llevada al cine por Nigel Kneale (El experimento del Doctor Quatermass) y a las tablas en una exitosa obra teatral.

No dejéis que los niños se acerquen a ella

Principios del siglo XX. El joven notario Arthur Kipps (Daniel Radcliffe, actor que quizá os suene de unas peliculillas sobre una escuela de magos) nunca ha llegado a superar la muerte de su joven esposa al dar a luz a su único hijo, Joseph (Misha Handley), hasta el punto de que éste nunca le ha llegado a ver sonreír en sus escasos cuatro años de vida. Pero ha llegado la hora de sobreponerse a su pesar, espoleado por la presión de su severo jefe: el bufete para el que trabaja le encarga gestionar la venta de la mansión de Eel Marsh, propiedad de una rica viuda recién fallecida, Alice Drablow, y sita en un remoto pueblo costero, con la poco amistosa advertencia de que es su última oportunidad para demostrar que es un empleado valioso para la firma.

El viaje en tren es largo, agotador y salpicado de sueños intranquilos para Arthur, pero por suerte también le reporta un encuentro fortuito con Sam Daily (Ciarán Hinds, Harry Potter y las Reliquias de la Muerte parte 2), el rico del pueblo al que va, con quien no tarda en congeniar hasta el punto de que le invita a cenar con él y su mujer mientras esté en el pueblo. Por otra parte, tan amistoso ofrecimiento será la mayor calidez que Arthur pueda esperar de los habitantes de la villa: el posadero local está a punto de dejarle en la calle hasta la intervención de su mujer (y esta le lleva hasta una habitación que a los que no os hayáis perdido el principio de la peli os sonará escalofriantemente familiar), los lugareños le miran torcido, y el notario local intenta convencerle de que lo tiene todo controlado, de que las resmas de papeles que hay en la mansión no son importantes, y de que mejor se vuelve a Londres. Arthur tiene que sobornar al cochero que le va llevar a la estación con seis chelines (no es que sepa mucho del sistema monetario inglés de la época, pero si se parece al de Warhammer Fantasy RPG eso es bastante pasta) para que cambie el rumbo y le lleve a Eel Marsh.

Y menudo sitio resulta ser Eel Marsh. Para empezar, resulta que el nombre de la mansión se debe a que está edificada en un islote en medio de un barrizal, cuyo único camino de acceso sólo es accesible con la bajamar, al más puro estilo Mont Saint-Michel. La isla en sí es una especie de siniestro bosquecillo que rodea a la construcción, tan suntuosa como cabe imaginar pero con claros signos de haber vivido tiempos mucho mejores. Y el interior de la mansión… dejemos que, para haber sido hasta hace poco el hogar de una viuda rica, se ve que la dueña gastaba menos en la limpieza que Paris Hilton en ropa interior. De modo que Arthur Kipps tiene por delante un día muy largo en una mansión abandonada, lóbrega y enorme, rebuscando entre polvorientas montañas de papel para resolver la dichosa venta de la propiedad.

Claro que los asuntos inmobiliarios pronto dejarán de estar entre sus principales preocupaciones. Por un lado, Arthur escucha ruidos extraños mientras trabaja, algunos de ellos provenientes de unos cuervos que han anidado en una de las habitaciones aprovechando una ventana rota, y otros… de procedencia no tan clara. Por otro, los papeles que inspecciona tiñen de tragedia la historia de la viuda Drablow: su único hijo murió con tan sólo siete años, ahogado en la ciénaga circundante, y ni siquiera fue posible recuperar su cadáver para el funeral. Y además, en algún momento le parece ver, entre los árboles que rodean la mansión, a una mujer vestida de negro de pies a cabeza y cubierta con un velo; la misma que, sin que él se haya dado cuenta, ha estado observándole desde los rincones oscuros de la casa.

Toda esta serie de sucesos extraños culmina cuando Arthur sale a explorar la isla en busca de la mujer, y escucha de repente algo parecido a gritos de auxilio provenientes de la carretera. Aún con la niebla que cubre el camino en ese momento, Arthur se arriesga a entrar, pero lo único que logra es quedarse atrapado en medio de la niebla, sin saber hacia dónde ir, escuchando cómo un niño pide ayuda y cómo una voz de hombre repite, una y otra vez, “¡Coja al niño!”. Los ruidos se cortan en cuanto el cochero reaparece para recogerle, pero Arthur está convencido de que acaba de escuchar un accidente mortal en la ciénaga, y no duda en acudir a la comisaría local de policía a denunciarlo.

Pero la visita a la comisaría, lejos de aclarar las cosas, le reserva una horrible sorpresa. Mientras espera a que el indolente policía de guardia le atienda, dos niños del pueblo aparecen con su hermana, envenenada tras beberse lejía, y Arthur no puede hacer otra cosa que verla morir en sus brazos. El pueblo entero, y en especial los desconsolados padres, ya no se corta en mostrar a las claras su hostilidad hacia Arthur, culpándole de lo ocurrido. ¿Por qué? Según una leyenda local, un espectro conocido como la Mujer de Negro se lleva a los niños del pueblo cada vez que alguien la ve. El caso es que la pequeña villa tiene un largo historial de suicidios infantiles, y que Arthur ha visto no hace ni unas horas a una mujer enlutada de la que luego no encontró ni rastro. Y por cierto, ¿he mencionado ya que en unos días su hijo, acompañado de su niñera, se va a encontrar con él en el pueblo? A mí me da que Arthur Kipps no va a tardar mucho en desear haberse ido a la cola del paro en vez de venir a la maldita mansión de Eel Marsh.

Miedo con sabor al té de las cinco

Cuando era pequeño (seis o siete años, creo recordar; o puede que fueran ocho o nueve), mis padres me llevaron de visita a casa de mis tíos maternos, y mientras yo jugaba en la habitación de mi primo, ausente en aquellos momentos, ellos veían El Resplandor de Kubrick, en una versión en VHS con doblaje nuevo. Fue una de las experiencias más terroríficas de mi corta vida, y ni siquiera tuve que ver un solo fotograma: bastaba con escuchar la música y las voces para que mi sangre quedara convertida en un glaciar dentro de mis venas.

Un par de años después (o puede que alguno más), una noche que ya me había ido a la cama, mi hermano fue a despertarme y me preguntó si quería ver El Resplandor. Con ciertas reservas, acepté, y fui junto a él a reunirme con el resto de la familia al salón. Ante mis ojos se presentó la imagen del pequeño protagonista infantil de la película, Danny, recorriendo los largos y vacíos pasillos del siniestro Hotel Overlook con su triciclo, sin más sonido que el de sus ruedas sobre el suelo; resultaba ensordecedor.

Ni siquiera llegué a aguantar lo suficiente para ver aparecer al primer espectro. Me volví a la cama, y hasta que me dormí pasé un buen rato aterrorizado entre las sábanas, escuchando los sonidos de la película y asociándolos en mi imaginación a terribles y difusos horrores.

¿Y qué coño tiene que ver esto con La mujer de negro? Mucho, teniendo en cuenta que el prólogo consiste en tres niñas jugando a dar el té a sus muñecas de porcelana… y la escena ya da mal rollo incluso antes de que las niñas vean “algo” y caminen hacia la amplia ventana de su cuarto para arrojarse al vacío como si estuvieran hipnotizadas. El niño que una vez fui no hubiera aguantado lo suficiente para verlas acabar con sus propias vidas: al igual que entonces con la película de Stanley Kubrick, hubiera corrido despavorido a su cama, y hubiera temblado entre pesadillas de vigilia alimentadas por los sonidos, las súbitas cuñas musicales que acompañan a los sustos (y hay unos cuantos en el filme), las lentas y ominosas piezas que adornan otros pasajes, y los siniestros susurros del espectro que da nombre a la película.

Ahí está la clave de que La mujer de negro sea tan terrorífica y, al mismo tiempo (y por ello), tan disfrutable: la atmósfera, esa gran olvidada en tantas y tantas películas que se dicen “de terror”. James Watkins, cuyo currículum previo tira más por los derroteros del terror moderno (Eden Lake), firma una historia con poco gore, pero con una atmósfera de lo más opresiva en los momentos de tensión: contadas escenas tienen lugar bajo los rayos del sol, siendo el cielo encapotado y las brumas la tónica dominante por el día, y las tinieblas más impenetrables las que mandan en escenas nocturnas. Tampoco abusa la historia de apariciones macabras del fantasma titular: aunque estas no faltan, y son tan efectistas y terroríficas como el espectro lo merece, la mayor parte del tiempo su presencia se sugiere a través de intranquilizadores planos subjetivos, o de momentos en los que la cámara se centra en objetos de lo más mundano que se vuelven repentinamente amenazadores; el mejor ejemplo son los juguetes de la habitación del difunto hijo de Alice Drablow, que bajo la penumbra deformante resultan tan siniestros como los indiferentes gnomos que contemplaban el ataque de los perros a la pequeña y dulce Marylee en Dark Night of the Scarecrow. En cierto modo, le pasa lo que a otra maravillosa película que vi hace poco, llamada Drive: logra adoptar una sensibilidad de género de otro tiempo sin llegar a caer en lo anticuado, lo pasado de moda o lo hortera. Lo único que me llega a parecer demasiado efectista es la escena en la que el prota sale a la carretera y da vueltas sobre sí mismo mientras escucha los ecos de la tragedia pasada que desencadenó la furia del espectro, que me parece fuera de lugar en el tono general de la película.

En cuanto a los actores, ninguno de ellos me distrajo de la acción de la película con meteduras de pata o malas actuaciones. Daniel Radcliffe da un paso correcto hacia el desencasillamiento, aunque la mayor parte del filme no haga otra cosa de poner cara de sufrir depresión aguda… más que nada porque la pone de manera muy convincente. Para colmo de bienes, muestra una buena química padre-hijo con el pequeño que hace de su churumbel (teniendo en cuenta que Misha es su ahijado en la vida real, como para no), lo que cimenta con firmeza las motivaciones de Arthur Kipps para luchar contra la maldición de la Mujer de Negro: o resuelve lo que le ata a la tierra, ¡o el espectro le pica el billete a su hijo!

Y no es que sea una obra maestra, pero sí que es una buena peli, y sobre todo una buena peli de miedo. Si esto es una muestra de lo que la nueva Hammer Films puede hacer, entonces podemos decir aquello de que el Rey ha muerto, ¡así que larga vida al Rey!

Ahora sólo nos hace falta que Tom Felton haga de un muchacho bondadoso y sensible, y así se desencasilla de uno de los personajes más despreciables del Potterverso.

PD: no he puesto imágenes por no buitrear más a otras páginas, ya que de la página oficial me es imposible bajarlas. Deben de enviarlas sólo con los kits de prensa. En vez de eso, os he puesto los trailers; visitad los canales de los que los han colgado en la Red, que para eso se esfuerzan.

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