martes, 21 de enero de 2014

The Pit: trolls, peluches, y niños con obvios problemas mentales

Se va terminando enero, pero la cuesta continúa; de hecho, ¿alguien la ha abandonado en todo el año? Yo no, desde luego. Aún así, espoleado por mis amigos, he picado el cebo que ofrecía Devir y me he comprado la edición en español de Pathfinder… pero mi lectura de la misma va a tener que esperar, por lo menos, a que complete mi repaso del básico de Dark Heresy con vistas a conducir a mis jugadores al siguiente paso de las carreras de sus PJs: ser agentes probados de los Sagrados Ordos de la Inquisición del Dios Emperador de la Humanidad. Entretanto, busco trabajo, estudio francés por mi cuenta, e intento reducir el número de títulos por jugar en mi amplio catálogo de juegos.

Pero hoy no va de juegos el asunto, sino de cine raruno. Gracias a la generosidad de Manuel Ortega Lasaga, obtuve una copia “de seguridad” (codazo-codazo-guiño-guiño-no-diga-más) de un filme bastante extraño de principios de los ochenta. Él dijo que me iba a gustar; el resultado de visionarlo fue… algo distinto a lo esperado. Claro que este desfase de expectativas tuvo más que ver con la calidad del producto que con lo extraño que era, porque en este segundo punto resultó más que capaz de pulverizar cualquier preconcepción con la que me senté a verla. ¿No os lo creéis? Pues leed, leed lo que os tengo que contar de ella…

Tenemos que hablar de Jamie

Última vez que trato de atajar por el bosque cuando voy mamado. Lo juro.

Ugh… he bebido tanto tequila que no sé si el que asoma ahí es un crío o el malo de Saw.

El metraje comienza, a juzgar por la ingente cantidad de niños disfrazados haciendo el idiota que aparecen en pantalla, en plena noche de Halloween. El chulesco matón adolescente Freddy (Paul Grisham) y su novia Christina (Wendy Schmidt) disfrutan de un paseo nocturno cuando se les aproxima un niño más joven, embutido en una sábana que le da un aspecto a medio camino entre un fantasma, un ninja pordiosero y un precursor de Darkman: su nombre es Jamie Benjamin (Sammy Snyders), y pretende comprar un respiro frente al acoso violento al que le somete Freddy ofreciendo mostrarle la localización de una bolsa con joyas que “algún ladrón” abandonó en el bosque. Los que hemos visto suficiente cine de terror sabemos que el flashback a una escena de maltrato que sucede durante la conversación, así como la voz tenebrosa que pone el niño de la sábana, no presagian nada bueno para el muchacho mayor, pero como Freddy es un malote con el pavo subido (esto es, incapaz de concebir que una de sus víctimas habituales pueda suponer un peligro), accede de inmediato a acompañar a Jamie al bosque, desoyendo incluso la creciente aprensión de Christina por el lugar. Fiel a su palabra, Jamie conduce a Freddy hasta la bolsa, la cual está situada al borde de una fosa en un claro, y cuando Freddy se agacha a recogerla… ¿a que no hace falta que diga lo que pasa? Después de todo, esta peli se llama The Pit (La fosa) por algo.

Olvidaos por ahora de esta escena de apertura, porque tardaremos bastante en volver a ese momento; por ahora, la película salta hacia atrás para mostrarnos cómo es Jamie y en qué entorno vive. Hablando pronto y mal, Jamie es un zumbado de libro: incluso si consideramos como atenuante el hecho de que (casi) todo el mundo a su alrededor le trata como un tarado que no merece otra cosa que desprecio, lo cierto es que resulta difícil disculpar la mezcla de profunda inmadurez y perversa precocidad que forma la base de su personalidad. A sus doce años, Jamie todavía habla con su oso de peluche, al que llama por el predecible nombre de Teddy, como si fuera una persona real, y reacciona ante las adversidades con mañas propias de niño enrabietado, pero las hormonas que han conferido un temprano desarrollo de su cuerpo también le han provocado un interés por la anatomía femenina que hasta el progenitor más indulgente vería con una mezcla de suspicacia y obvia preocupación. Ni su (sobre)protectora madre (Laura Press) ni su padre (Richard Alden, quien parece una versión con peinado afro de Ron Swanson) saben muy bien qué hacer con Jamie, cuyas rarezas provocan la huida de toda niñera asignada a su cuidado.

Y después del baño, tú y yo vamos a tener una charla sobre las chicas, las relaciones sociales y por qué está mal espiar a la gente mientras se ducha. ¿Comprendido?

- Jamie, esas manos lejos de tus partes pudendas, que nos conocemos.

- Jo, Sandy, yo sólo quiero rascarme cuando me pica por ahí.

- Sí, y de paso hacer llorar al cíclope. Manitas quietas, he dicho.

Hablando de niñeras, los Benjamin acaban de contratar a otra más para que se ocupe de la casa y del pequeño freak que tienen por hijo mientras ellos van a Seattle (el motivo no queda claro, pero infiero que es alguna clase de viaje de negocios). La (des)afortunada es Sandra “Sandy” O’Reilly (Jeannie Elias, cuya voz hemos podido escuchar en juegos como Dragon Age o Psychonauts, y en mil series de dibujos animados), una estudiante de Psicología que pretende especializarse en niños problemáticos, y que ve la tarea de cuidar de Jamie como un fantástico entrenamiento previo en su vocación. Y lo es, pero de la misma manera que los métodos de la antigua Esparta eran “un buen entrenamiento” para sus futuros soldados: aunque congenia con Jamie desde el primer momento, no tarda en verse perturbada por su malsano interés en ver lo que oculta bajo la ropa, su constante soledad y su obsesión con que su oso Teddy le habla de verdad.

Y eso que Sandy todavía no conoce el secreto más siniestro de Jamie. En lo profundo del bosque cercano al tranquilo suburbio residencial en el que vive, Jamie ha encontrado la fosa que vimos en el flash-forward que abría la historia, la cual habitan unos seres horribles a los que llama “tra-la-logs” (una corrupción de “trogloditas”). ¿Son una invención de la perturbada mente de Jamie, o son reales? En cualquier caso, él comienza a robar dinero del monedero de Sandy para comprar carne con la que alimentarles, pero cuando ésta le pilla se ve impelido a buscar un modo alternativo de obtener comida para los monstruos… y su amigo Teddy está presto a sugerirle una nueva fuente de carne: la gente que ha sido “mala” con él. Gente como la desagradable anciana que se chivó a sus padres cuando le dio por columpiarse desnudo de un árbol con una capa de Superman (es una larga historia); la mocosa de su vecina, que se ríe de él cada dos por tres; o el novio de Sandy, que se “interpone” en el camino de un futuro romance con su niñera. ¿A que la escena que abría la peli empieza a resultar más macabra en este contexto? Y si creéis que eso es malo, esperad a que Jamie decida revelar su “secreto” a Sandy…

El guionista propone, y el director dispone lo jode

Gunther feat. Jamie Benjamin and the Sunshine Trolls - The Ding Dong Cannibal Murder Song

Oh, you touch my tra-la-log/Oh, my ding-ding-dong

Si entras a la película habiendo visto el tráiler, o el vídeo que corre por Youtube mostrando parte de su escena climática, esperas que The Pit sea un cuento de hadas siniestro con criaturas asesinas y un niño malicioso capaz de verlas; si comienzas a verla sin preconcepciones, lo que esperas (al menos al principio) es una cinta de terror psicológico, un estudio de personaje centrado en la figura de un preadolescente muy perturbado. Y da igual que tengas una u otra expectativa: al acabar el pase, te sentirás defraudado, irritado, y no poco extrañado, en plan “¿QUÉ COJONES ACABO DE VER?” Tiene casi mérito que The Pit logre dar alas a ambas expectativas sobre su contenido para luego defraudarlas hasta tal punto, excepto por el hecho de que el resultado es una peli tan esquizofrénica que dan ganas de internarla en Arkham, y que transmite una constante sensación de que alguien se puso a cambiar cosas sobre la marcha en el guión inicial sin preocuparse de mantener una mínima coherencia de tono, de temática, o de hechos establecidos en el contexto de la historia.

Y resulta que así es, como descubrió el crítico amateur Andrew Borntreger (Badmovies.org) al realizar una entrevista al guionista de The Pit, el veterano Ian A. Stuart. La conversación no tiene nada de desperdicio, pero por si vuestra destreza con el inglés no va muy allá, os resumiré un poco el quid de sus revelaciones: Stuart escribió un guión centrado en la problemática de un niño psicótico con fantasiosos delirios vengativos, basado en las experiencias de dos amigos suyos con infantes perturbados y en su propia labor de documentación al respecto, y el director, Lew Lehman, cogió todo su trabajo y se lo pasó por el forro de los cojones, empezando por elevar la edad del protagonista de ocho a doce años y siguiendo por hacer que los horribles monstruos de la fosa fuesen reales. Creo recordar que Doña Pitu me comentó alguna vez el drama del guionista que ve cómo su trabajo es masacrado y “retocado” sin piedad por el director, y este caso en concreto es un ejemplo paradigmático de lo desastroso que puede ser.

Hagamos un trato: te admito en el club y te dejo de putear, y tú a cambio acudes al psicólogo del tuto e inicias tratamiento. ¿Qué te parece?

- … Y el director va y le dice “ahora es mi peli”, ¡y va y cambia el guión hasta joderlo del todo! En serio, chufa máxima, evítala como si transmitiese la peste.

- Joder, pues gracias por el aviso, Jamie; así me ahorro alquilarla. Para ser un frikazo con problemas mentales, eres la mar de enrollado.

Y lo es, sobre todo, porque Lehman no se esforzó en amoldar la totalidad del guión a su nuevo enfoque, ni en mantener un mínimo equilibro entre las etapas de la película. Os resumiré el despropósito con el menor número de spoilers posible: comienza centrado en Jamie y en su perturbada psicología, de la que los trolls peludos aparentan ser una ideación fantasiosa más, para luego meternos un montaje casi cómico de Jamie atrayendo sucesivamente a todas las personas que detesta a la fosa (si pasáramos esta etapa a cámara acelerada con el Yakety Sax, tendríamos un exitazo de la comedia internetera), y saltar de ahí a la (más bien incompetente) investigación policial de las desapariciones (la cual comienza bastante después de lo que es lógico esperar), la huida de los monstruos de su fosa, algo de matanza de incautos y persecución de las bestias al estilo “monster movie del todo a un euro”, y un epílogo con final sorpresa que resultaría hasta idiota si no estuviera rodeado de tonterías mucho más gordas. Por este amargo camino nos encontramos una repetición completa del flash forward que iniciaba el filme (y que huele a desesperación de un director que no sabe cómo alcanzar la duración mínima para estrenar su peli en cines), una escena que sugiere que el osito Teddy es algo más que un amigo imaginario de Jamie (y que, al no encontrar más desarrollo en el resto del metraje, resulta INDECIBLEMENTE ESTÚPIDA), toques de comedia que chirrían como una bici oxidada haciendo la subida del Alpe d’Huez, algunas alucinaciones de culpabilidad de Jamie, unos trolls correteando a plena luz del día que parecen los enanos con traje peludo que son en realidad, gente con un problema visual lo bastante gordo como para no ver UNA PUTA FOSA ENORME EN MEDIO DEL PUTO CLARO DE UN PUTO BOSQUE A PLENA LUZ DEL PUTO DÍA, y un montón de amargas lágrimas del espectador por lo que The Pit podría haber sido si el cretino de su director no se hubiera pasado tanto de listo.

Si no fuera porque el guión dicta que tengo que comportarme como una mema, te iba a acompañar Rita The Singer, chavalote.

¿Así que dices que hay una pista de bici en el oscuro y tenebroso bosque? ¿Y que quieres llevarme allí, pese a lo cruel y cabrona que he sido contigo? ¿En serio?

Y es que lo que más duele de la película es ver la de cosas que funcionan en ella pese a la esquizofrenia de su guión revisado y a los gambazos de su director. Sammy Snyders, el actor que encarna al siniestro Jamie, era por entonces un niño realmente mono pero, al mismo tiempo, con un aire depredador en sus facciones y su expresión muy conseguido, y se metió en la piel del pequeño demente con un entusiasmo que, aún en los peores momentos, consigue brillar por encima de los fallos de la cinta; no es de extrañar que la calidad y el interés caigan a plomo en el segmento en el que Lehman decide olvidarse de él y centrarse en las peripecias del Sheriff Chiflado contra los Monicacos Caníbales del Bosque. Los trolls/trogloditas/tra-la-logs son otro acierto de la historia, al menos mientras están dentro de la fosa, puesto que la oscuridad disimula bien las limitaciones del disfraz de monstruo y, combinada con los ojos anaranjados brillantes de las criaturas, contribuye a darles un aire de seres malignos de cuento de hadas de lo más evocador. ¿Los demás actores? Bien, gracias: sin brillar al nivel de Snyders (salvo honrosas excepciones, véase: la niñera de Jamie), pero complementándole con bastante competencia (salvo deshonrosas, aunque disculpables, excepciones, véase: la cargante vecinita de Jamie).

Al final, uno puede hasta entender el estatus de “filme de culto” del que disfruta The Pit en la actualidad, pero sin dejar de comprender a la vez por qué nunca logró el éxito. Si tenéis el día nostálgico ochentero, os puede valer la pena verla una vez sin esperar mucho de ella, pero ni la interpretación del joven actor principal ni la fantasiosa puesta en escena de los monstruos en su fosa son suficiente reclamo para justificar un segundo visionado.

A no ser, claro está, que el segundo visionado incluya colegas, bebidas espirituosas y comentarios jocosos desdramatizantes, porque ¿a quién no le gusta jugar a Mystery Science Theater 3000?

1 comentario:

OrtegaLasaga dijo...

La has metido tiza pero muy bien justificada. A mí es una peli que me ha encantado. Es tan bizarra, libre y tan diferente al resto que me lo he pasao canica. Yo la daré segundo visionado y tercero... con o sin motxo de por medio, aunque unos katxis molarían.