martes, 29 de septiembre de 2015

Babadook: el autodestructivo monstruo de la Depresión

Menuda reapertura del blog ha resultado ser ésta, que se anuncia a finales de julio y no se produce hasta ahora. ¡OPROBIO ETERNO SOBRE MI CABEZA! O sobre mi espalda, que lleva meses doliéndome por la parte donde está a punto de perder su casto nombre, sin duda en justo y merecido castigo por mi vagancia, maleancia y tendencia natural al sedentarismo. En otras palabras: ¡buena luna, criaturas de la noche, y perdón por el desmedido retraso!

Durante estos meses aparte de disfrutar de semanas de asueto en Santander, y de llorar la muerte a principios de mes del maestro Wes Craven (más sobre ello en próximos posts), he descubierto un terrible problema: ya no me ‘sale’ ponerme a ver películas en mis numerosos ratos libres; menos mal que mi buen amigo Raúl Sierra, ilustrador talentoso y buen tío en general, ha acudido a mi rescate, proponiéndome su casa y compañía para ver las películas de miedo que otro de nuestros amigos no es capaz de soportar. ¿Y cuál es la primera que ha caído dentro del ciclo?

Si está en una palabra, un libro, un blog o una mirada, contra el Babadook no puedes hacer nada, y menos contra el bombo que ha recibido en múltiples festivales de cine fantástico y de terror. ¿Es esta peli tan sobrevalorada como algunos críticos desilusionados dicen? ¿Da tanto miedo como argumentan sus defensores? Seguid leyendo si queréis saberlo…

Un estruendo, tres golpes, y empieza la pesadilla

Siendo madre soltera, una se merece sus caprichicos, ¿no?

Después del peta que me acabo de fumar, ya pueden venir el Babadook, Freddy Kruger y hasta el Chupacabra si quiere. Para lo que me va a importar…

Cruel ha sido la zarpa del Destino con Amelia (Essie Davis), quien enviudó el mismo día que nació su único hijo cuando un accidente de tráfico segó la vida de su marido, Oskar, (Ben Winspear) mientras la llevaba al hospital a dar a luz. Desde entonces han pasado más de seis largos y difíciles años, en los que Amelia ha tenido que intentar convencerse de que ha superado la muerte de su amado, ganar suficiente dinero como enfermera de una residencia de mayores como para poner comida en la mesa, y lidiar con las excentricidades de su churumbel, Samuel (Noah Wiseman). Samuel es un chaval inteligente y creativo con una pasión casi obsesiva por la prestidigitación y la magia, pero que aún tiene miedo a los monstruos y no hace más que fabricar extrañas armas y trampas caseras para cazarlos; es una de dichas armas, una ballesta de dardos, la que propicia una llamada de su escuela, a resultas de la cual Amelia decide sacar al niño del colegio antes que permitir que le pongan un tutor particular y le aíslen del resto de chavales de su edad.

Tal decisión, lejos de aliviar a Amelia, le pone un plus de presión sobre los hombros, y contribuye a tensar todavía más la ya tirante relación con su hermana Claire (Hayley McElhinney), así como a echar a perder el proto-romance que mantiene con un compañero de trabajo (Daniel Henshall); tan sólo su vecina, la bondadosa y anciana señora Roach (Barbara West), les sirve de apoyo. En ese clima de estrés creciente, vamos viendo signos de que Amelia no ha superado la muerte de su esposo tan bien como pretende hacer ver: se niega a celebrar el cumpleaños de Sam en su día, por coincidir con la fecha de fallecimiento, y prefiere organizar una celebración conjunta en el día que cumple años la hija de Claire, Ruby (Chloe Hurn), además de prohibir a Samuel acceder al sótano donde están guardadas las cosas de Oskar. Parecería que las cosas no pueden empeorar con este dramón familiar como punto de partida, pero pueden, vaya que sí: ¡para algo estamos en una peli de terror!

La situación empieza a irse a la mierda de verdad una noche en la que Samuel, a la hora de que su madre le lea el tradicional cuento para irse a dormir, elige un libro rojo llamado ‘Mister Babadook’. El libro, un cuento pop-up que parece dibujado por Tim Burton en un mal momento o bajo el efecto de droja de la mala (si no ambas cosas a la vez), explica la historia del peculiar ser que le da su nombre: un personaje de capa y chistera con largas uñas, que anuncia su presencia con tres fuertes golpes a la puerta, y que una vez que le dejas entrar se quita su divertido disfraz y… lamentarás haberle invitado a tu casa. No hace falta decir que la noche que pasan Amelia y Sam es de todo menos apacible, a resultas de lo cual Amelia decide colocar el dichoso libro en lo más alto de un mueble, donde su hijo no pueda jamás alcanzarlo.

Eso sí, como cura para el estreñimiento esta obrita no tiene precio. Tres semanas llevo con diarrea del cague que me dio leerla.

Alguien debería decirle a Tim Burton que lo de escribir libros infantiles no es lo suyo.

Los primeros signos de que el libro es algo más que un cuento macabro muy poco recomendable para niños son tan tenues que es fácil que se confundan con la miseria cotidiana de Amelia y Sam: tres golpes lejanos, casi inaudibles, poco después de que Amelia lea el cuento, y una creciente obsesión de Samuel con el Babadook; luego vienen las constantes oscilaciones de tensión en sus aparatos eléctricos, la aparición de fragmentos de cristal en la comida, y el comportamiento cada vez más preocupante de Sam, quien cree que debe proteger a su madre del monstruo. Entonces Amelia encuentra a Sam con el libro y, buscando alejarle de su perniciosa influencia, lo destroza… para encontrárselo no mucho después en su puerta, vuelto a pegar, y con páginas extra que retratan el horrendo final de su familia… a manos de ella misma, influenciada por el monstruo. Una escalofriante llamada telefónica justo después, en la que lo único que se oye es una rasposa voz diciendo “¡BA-BA-DOOK!”, la convence de que está siendo acosada; por desgracia, su primer impulso es quemar el libro, y eso la deja sin pruebas que presentar ante la policía cuando va a denunciar los hechos. Y de pedir ayuda a su hermana, mejor no hablar: tras un desgraciado incidente en el cumpleaños de Ruby (instigado, por cierto, por la mocosa), Claire prefiere mantener la distancia con Amelia y, sobre todo, con Samuel.

De todas maneras, no es que la poli o la hermana de Amelia pudieran hacer mucho ante la situación que se les avecina. Una noche, la mujer sufre una pesadilla de especial vividez, en la que ve al Babadook entrar en ella, y a partir de ese momento su salud mental y su actitud empiezan a deteriorarse: cada vez tiene menos paciencia ante las diabluras de Sam, y cada vez salta con más agresividad ante sus comentarios inoportunos. Pero lo peor de todo es que cada vez tiene más en mente algo que le dijo Claire tras el desastre ocurrido en la fiesta de Ruby: que, en el fondo, ella tampoco puede soportar a su propio hijo. A medida que las alucinaciones en las que aparece el Babadook se multiplican, y que sus cambios de humor se vuelven más terroríficos, Amelia comienza a asemejarse cada vez más a Jack Torrance… y ya sabemos todos cómo acaba esa historia, ¿verdad?

Qué malo es barrer el dolor bajo la alfombra

Por cierto, me apetece comerme el hígado de Samuel con habas y un vasito de Chianti.

Con el niño sin escolarizar y sin cerveza, Amelia pierde la cabeza.

De lo que más han criticado los detractores a Babadook es que parece más un drama familiar al que le añadieron el monstruo a última hora para vender más que una peli de terror genuina. Y no les falta razón a los detractores: la película se toma su tiempo con una parsimonia que puede llegar a ser desesperante, dedicando más de media hora al principio a meternos en la delicada situación que padecen Amelia y Samuel, fruto tanto de las circunstancias que les rodean como de su propia manera de afrontarlas. Claro que criticar la película por eso es olvidar que el terror y el fantástico parten muchas veces de tomar como base un horror real, y vestirlo con elaborado ropaje de monstruo para que la audiencia lo acepte mejor: el “poco de azúcar en la píldora que os dan” por el que abogaba la gran Mary Poppins, vaya. En este caso, el Babadook que da nombre al filme es un trasunto de la depresión y, sobre todo, del impulso autodestructivo al que puede conducirnos si nos negamos a tratarla, y el desarrollo del filme (y, sobre todo, su final) se entiende mejor al verlo como una alegoría de lo que ese impulso puede hacer con una unidad familiar.

Ahí es donde Babadook encuentra puntos en común con la novela El Resplandor de Stephen King, mostrándonos al igual que ella un progenitor (femenino, en este caso) que, pese a sus buenas intenciones y su amor por su único hijo, tiene un grave problema psicológico que es aprovechado por una entidad sobrenatural maligna para retorcer su personalidad y conducirle al odio homicida contra su progenie; el hecho de que tanto la entidad del hotel Overlook como Míster Babadook sirvan de trasuntos de problemas reales (alcoholismo y depresión, respectivamente) no hace más que reforzar ese parecido. El propio Sam se lo dice a su madre hacia el final del metraje: “sé que no me quieres, porque el Babadook no te deja”.

De hecho, la peli comenzó siendo un fanfic de 'The Artist' hasta que al director le empezó a hacer efecto el peyote que había comprado por Silk Road.

El Babadook se metió a asesino de familias después de que su exitosa carrera cinematográfica se fuese al guano con el paso del cine mudo al sonoro.

Gafapastadas e interpretaciones de cine-club aparte, Babadook se hace valer pese a su lentitud (o gracias a ella) planteando una atmósfera de creciente amenaza en la que los sustos, en vez de ser repentinos, se nos echan encima como un felino acechando a su presa. Momentos como las apariciones del Babadook en la casa de la vecina o en el metraje de una peli antigua, o las variadas alucinaciones que sufren Amelia y Sam, se nos presentan con deliberada parsimonia, pero no pierden eficacia por ello, sino que nos hielan la sangre paso a paso con una eficacia que nada tiene que envidiar a películas más rápidas.

Ello no sería posible si los actores protagonistas no vendieran tan bien sus partes. Sin querer quitar mérito al pequeño Noah Wiseman y su composición de Samuel, a veces adorable y otras entre atacante y siniestra, la verdadera estrella de la función es Essie Davis como Amelia: todo el metraje se lo pasa mostrándonos el dolor en carne viva de una mujer que se niega a reconocer lo mucho que aún le duele la pérdida de su marido y lo frustrante que es lidiar con un hijo tan peculiar como Sam, y a partir de la entrada del monstruo en escena alterna esos episodios con escenas de rabia psicótica dignas de Jack Nicholson en la versión de Kubrick de El resplandor, que hacen muy real el peligro que la cada vez más enloquecida Amelia supone para su hijo.

No es una peli de terror para ver con los amigotes (aunque yo la viera con un buen amigo), ni para visionar con palomitas y Coca-Cola, pero sí es para disfrutar de manera pausada, y notar la inquietud y el miedo germinar pasito a pasito en tu interior; más aún si eres capaz de disfrutar alegorías bien pensadas sobre los problemas mentales y la importancia de enfrentarlos de manera correcta.

Nota: aunque en la peli no salga de manera explícita, la ayuda profesional es muy necesaria en esos casos. Si tenéis depresión, acudid a un psicólogo o psiquiatra, que de esa mierda es imposible salir solo.

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